Para cada Oráculo Oscuro existía un pacto, un poderoso nemuranai Manchado que protegía a su portador del poder del Oráculo. Quien poseyera el pacto podía exigir un favor al Oráculo, un favor que éste debía cumplir. Sin embargo, exigir este favor era abandonar la protección del Pacto. Los que se atrevían a exigir algo a los Oráculos Oscuros lo hacían por su cuenta y riesgo, y pocos sobrevivían.
Durante el siglo XI apareció un nuevo grupo de entidades conocidas como los Oráculos Oscuros. Para cada uno de los cuatro Oráculos elementales básicos, existía un Oráculo Oscuro correspondiente, para mantener el equilibrio en Ningen-do. Las entidades sin nombre de Jigoku se retorcían de odio hacia sus antiguos enemigos, los Dragones, por lo que buscaron sus propios peones entre la humanidad. Estos shugenja corruptos acabaron llegando a las Tierras Sombrías para convertirse en los Oráculos Oscuros. Equilibraron la balanza entre los Cielos y Jigoku, adquiriendo poderes similares. Los Oráculos Oscuros no podían interferir en los asuntos de los mortales, excepto si el Oráculo era atacado o a menos que fueran invitados por una persona con autoridad. Cuando un mortal se convertía en Oráculo Oscuro, su físico terrenal era reemplazado por energías elementales que replicaban sus caparazones mortales, y un conducto directo a la esencia elemental de Jigoku reemplazaba su espíritu.