La penumbra envuelve toda la barraca. Un tenue rayo de sol se filtra por una rendija, dibujando una línea dorada en el polvoriento suelo. Un hombre se agita en su camastro de paja, gimiendo en sueños. Un sudor frio le perla la frente y sus sábanas se arrugan bajo su cuerpo.
De repente, sus jos s abren de golpe, desorbitados por el terror. Se incorpora con brusquedad, jadeando aire. Su corazón late con fuerza en su pecho y su mente se encuentra nublada por la confusión.
Un escalofrío le recorre la espalda al recordar como murió. Un combate feroz contra un guardián corrupto, una lucha sin cuartel en la que él había sucumbido, victima de una herida mortal. La imagen de su propia muerte lo atormenta por unos instantes.
Murmura un nombre en voz baja, casi un susurro: "Gelthar". Se levanta del camastro con piernas temblorosas. Se dirige a la entrada de la barraca y empuja la puerta de madera con esfuerzo. La luz del sol naciente lo ciega por unos instantes. La aldea se encuentra en calma, ajena a la angustia que inunda su corazón.
El aire fresco de la mañana lo logra disipar la inquietud que lo domina. Se sienta en el porche de l abarraca, con la mirada perdida en el horizonte. Una voz resuena en su mente, la voz de Gelthar "No te preocupes por mi, mi vida está cerca de su fin. Pero la muere no es el final de mi camino. Volveremos a vernos."
UN escalofrío le recorre su espalda ¿Qué significado tenían las palabras de Gelthar? Un presentimiento oscuro se apodera de él, una sensación de que algo terrible esta a punto de ocurrir.
Se levanta del porche con determinación. No puede ignorar lo que ha sucedido. Tiene la necesidad de encontrar a Gelthar, su hermano mayor, sin importar lo que le cueste. La vida, tal y como la conoce, esta apunto de cambiar para siempre.
Jilgo, con alas extendidas como un halcón vigilante, asciende por encima de las murallas de Fuerte Espina. La ciudad, antaño un bastión de orden y seguridad, ahora es un escenario de caos y destrucción. Un enorme agujero, como huna herida abierta en la tierra, domina el paisaje. De sus profundidades emana un aura de oscuridad y corrupción que tiñe el aire de un color gris nauseabundo.
Alrededor del reciente pozo, soldados se afanan por levantar barricadas improvisadas con troncos y sacos de arena. Sus rostros reflejan una mezcla de miedo y determinación mientras se preparan para enfrentar a las hordas de criaturas que pueden surgir del abismo. Más al sur, un campamento improvisado de tiendas de campaña, sirve tanto para atender a los heridos, victimas del ataque, como refugio de todos aquellos que han perdido sus viviendas.
Un escalofrió recorre el cuerpo de Jilgo al recordar la batalla que tubo lugar. El recuerdo de Gelthar y sus compañeros luchando contra criaturas corrompidas. El recuerdo de como murió estando en el cuerpo de Lobo Gris, lo llena de una tristeza y una furia que arde en su interior. ¿Qué será de ellos? ¿Continúan con vida?
Cambia el rumbo y vuelve al bosque, donde Sombra lo espera. Pero algo le llama su atención, dos figuras imponentes. Dos brujas descansan cerca del bosque, en un campamento improvisado, sus miradas puestas en Fuerte Espina en una mezcla de fascinación y horror.
Jilgo desciende en picado desde las alturas, aterrizando con gracia junto a Sombra, quien devora con avidez un venado que ha cazado en las afueras de la ciudad. La carne cruda le proporciona la energía necesaria para afrontar los peligros que les aguarda.
Al observar la imponente muralla que rodea Fuerte Espina, Jilgo se percata de la magnitud del desafío que tienen por delante. Las entradas principales están fuertemente vigiladas por guardias.
Entrar por las puertas va a ser imposible - Murmura Jilgo mientras observa los Guardias patrullar - Tendremos que encontrar otra forma de entrar.
Sombra gruñe en señal de comprensión, sus ojos dorados brillan con una inteligencia animal que Jilgo admira. Se siente junto a JIlgo y lame su fauces manchadas de sangre, listo para seguir sus instrucciones.
Jilgo, con mirada fija en la muralla, analiza las opciones. Una idea comienza a tomar forma en su mente.
Hay una sección de la muralla al norte que esta menos vigilada - dice mientras señala un punto específico - Podríamos intentar colarnos por ahí.
Sombra ladea la cabeza, como si estuviera sospesando la propuesta. De repente, se levanta y se dirige hacia la zona indicada, moviéndose con la sigilosa agilidad de un felino.
Jilgo lo sigue de cerca, admirando la destreza con la que Sombra sortea los obstáculos y se camufla entre las sombras. La noche, con su manto oscuro, se convierte en su aliada.
Al llegar a la sección menos vigilada, Jilgo observa con detenimiento la altura y la textura de la pared. Una sonrisa se dibuja en su rostro.
Vamos que te ayudo a escalar - le dice a Sombra con determinación
Un rugido metálico arranca a Jilgo de un sueño intranquilo. Jilgo se incorpora de golpe, la capucha de su túnica gris le cae hacia atrás. A su lado, Sombra gruñe y se levanta de un salto, sus ojos dorados brillan en la penumbra.
El bullicio de la ciudad los envuelve como una ola. El hedor a metal oxidado, humo y sudor humano llena sus fosas nasales. Jilgo se asoma por la abertura de la pequeña tienda improvisada donde habían pasado la noche. Una ciudad enorme se extiende ante sus ojos.
Jilgo se ajusta la capucha ocultando su rostro de las miradas curiosas y empieza a andar por el laberinto de calles estrechas y sinuosas, llenas de gente que va y viene con prisa, cargados de herramientas, armas y provisiones. El suelo vibra bajo sus pies, un eco del temblor que sacudió la ciudad apenas unos días. Sombra lo sigue en silencio, moviéndose con cautela y olfateando el aire.
El sonido de la ciudad es ensordecedor, el chirrido de las carretas, el rugido de los hornos, el canto de los pájaros enjaulados. Los olores son nauseabundos, el hedor a metal oxidado, humo, sudor humano, comida.
De pronto, un estruendo ensordecedor los hace girar sobre si mismo. Un carro tirado por bueyes pasa a toda velocidad, rozando a Sombra por un pelo. El conductor, un hombre corpulento con barba trenzada, les grita un insulto que Jilgo no alcanza a comprender.
Sombra, gruñe, mostrando sus dientes afilados. Jilgo le pone una mano sobre la cabeza para calmarlo, No pueden permitirse llamar la atención. Su misión es encontrar a Gelthar si aun sigue con vida.
Continúan su camino, sorteando la multitud y esquivando los obstáculos. A cada paso, Jilgo e maravilla con la arquitectura d la ciudad. Los edificios eran altos y macizos, construidos con piedra tallada y adornados con elaborados relieves. En las plazas, se levantan imponentes estatuas.
Los pasos les llevan hasta una de la plazas, donde Jilgo se detienen en seco. Un enrome pozo se abre en el centro, como una herida profunda en la tierra. De su profundidades emana un calor sofocante y un hedor nauseabundo. El pozo es tan grande que parecía tragarse la ciudad entera.
Jilgo traga saliva, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Lobo Gris, el animal que había poseído para acompañar a Gelthar, había murto en uno de los callejones cercanos.
De pronto, un movimiento en la penumbra llama su atención. Una figura humana se mueve con rapidez entre las sombras. Jilgo cree conocerlo.
La figura al llegar a una posada, se apresura a entrar. Jilgo se asuma en una de las ventanas, echa un vistazo al interior. La luz tenue de la farolas le permite ver el rostro del hombro. Un escalofrío recorre su espalda. ¡No puede ser! es Vargas, un amigo y compañero de viaje de Gelthar.
La memoria de Jilgo se activa de inmediato. Recuerda haber luchado junto a Vargas en las calles de la ciudad. Si Vargas esta en la ciudad, es probable que supiera donde se encuentra Gelthar.
Vargas sale de la posada, a su lado, un hombre harapiento le sigue como una sombra, suplicándole por algo que Jilgo no puede alcanzar a escuchar. Jilgo y Sombra se mantienen a una distancia prudencial, siguiendo a la pareja por las calles oscuras y laberínticas de Fuerte Espina.
Finalmente, Vargas y su acompañante se detienen en un callejón fuera de las vistas indiscretas. Jilgo se esconde tras unos cubos de basura. Vargas acorrala a su compañero contra la pared, su voz áspera resuena entre las sombras. Jilgo se esfuerza a escuchar, pero las palabras son inaudible. El joven, visiblemente aterrorizado, tiembla como una hoja bajo la lluvia.
De repente, Vargas se gira bruscamente, sus ojos penetrantes clavándose en la oscuridad donde se esconde Jilgo. Un escalofrió recorre la espalda de Jilgo ¿Lo habrá visto? Jilgo se aplasta contra la pared, inmóvil como una estatua. Su corazón late con fuerza en su pecho. Vargas escudriña las sombras con mirada desconfiada, moviendo la cabeza de un lado a otro.
Son unos segundos interminables que se congelan en el tiempo. Jilgo no se atrevía a respirar, ni siquiera a parpadear. Su única esperanza es que Vargas no lo hubiera detectado.
Finalmente, Vargas parece perder interés. Se gira de nuevo hacia el rufián y continua con el interrogatorio. Jilgo exhala un suspiro de alivio, sintiéndose empapado en sudor frio.
Vargas suelta al rufián con un empujón. Este sale corriendo, tropezando y maldiciendo. Vargas se ajusta la capa y se aleja con paso firme.
Jilgo se desliza entre la multitud como una una sombra, siguiendo a Vargas por las calles laberínticas de Fuerte Espina. El sol cae a plomo, intensificando el hedor a metal oxidado y sudor humano que impregna el aire. Jilgo se mueve con sigilo, esquivando a los transeúntes y ocultándose en algún sitio cuando Vargas mira hacia atrás.
Las calles de Fuerte Espina es un hervidero de actividad. Mercaderes pregonan sus productos, niños corretean jugando, y guardias patrullan la zona. Jilgo tiene que tener cuidado de no llamara la atención.
Vargas se detiene en seco. Jilgo se agazapa detrás de un puesto de frutas, observando con cautela. Vargas se gira y mira hacia una callejuela adyacente. Una figura alta y esbelta se materializa en la penumbra, acercándose a él con paso ligero.
Jilgo la reconoce al instante, su corazón late con fuerza es Raisha. Los dos se saludan con cordialidad, con sus rostros serios y concentrados. Intercambian palabras, susurros que Jilgo no llega a escuchar.
Jilgo se queda inmóvil escondido, observa como Vargas y Raisha se adentran en la posada. El ambiente alli es calido y acogedor, con aroma a pan recién horneado y cerveza flotando en el are. En unrincón, cerca del fuego, divisan a Meryn. Si los tres se encuentran aquí, Gelthar no debe estar muy lejos, piensa Jilgo.
Con paso ligero, se dirige a la parte trasera de la posada, donde una vieja escalera de madera conduce a las habitaciones. Sube con cuidado de no hacer ruido. LA ventana de la habitación que Gelthar solía ocupar esta entreabierta.
Jilgo se asomá con cautela. La habitación esta oscura, Gelthar yace dormido en la cama, con su rostro sereno. Jilgo se desliza dentro de la habitación como una sombra. Se acerca a la cama y observa a Gelthar don detenimiento Su respiración es profunda y regular. Parece estar agotado.