Los arainas viven entre tinieblas. Sus leyendas dicen que proceden de lo más profundo de la tierra, pero lo cierto es que los registros existentes los ubican en territorio boscoso, donde extienden sus telarañas a lo largo de varias millas. Son, por tanto, hábiles trepadores y pasan desapercibidos hasta que deciden mostrarse. Quizá esta predisposición a ocultarse sea la razón por la que los arainas tardaron tanto tiempo en relacionarse con otras razas. Sin embargo, cuando los elfos de Mirianis llegaron a sus puertas, con afabilidad y empatía, acabaron estableciendo una alianza con ellos que aún perdura.
Erguidos, los arainas miden de media 7 pies. Tienen una apariencia de ser humano, pero con elementos arácnidos. Cuentan con seis extremidades: cuatro brazos de humano y dos patas de araña que les permiten trepar a lo alto de los árboles, donde se desenvuelven con soltura. La esperanza de vida de un araina es algo superior a la de un humano y puede llegar a los 200 años. Son muy protectores con sus huevos, ya que solamente unos pocos consiguen salir adelante.
- Nombres de mujer: Larina, Lella, Lallistäe.
- Nombres de varón: Lellel, Lael, Llell.
Cualquier viajero que escuche pronunciar el nombre del Bosque de Ámbar lo primero que visualiza en su mente son los enigmáticos arainas, seres de aspecto siniestro y costumbres singulares que moran en la región más oriental de dicho bosque. El reino de Arania es uno de los más antiguos del continente, pues sus habitantes ya eran dueños y guardianes del bosque cuando los Peregrinos gobernaban el mundo.
En aquella época, los araina servían con fidelidad y orgullo al peregrino Sathnamil, quien los guió cuando eran una especie joven y les otorgó el deber de guardar el territorio de aquellos esclavos fugitivos que trataban de perderse en la salvaje espesura del bosque. Tras el éxodo de los Peregrinos y las revueltas que cubrieron el continente, el pueblo de Arania se mantuvo en sus costumbres y sus deberes, permaneciendo en su territorio sin influir en los conflictos que surgían a su alrededor. A pesar de que en la actualidad cuentan con alianzas y relaciones comerciales con otros pueblos, como la nación de Mirianis o el Imperio Mida, el secretismo y el celo que tienen con los extranjeros es uno de los rasgos que más inquieta a sus vecinos.
El reino de Arania ha mantenido sus fronteras durante siglos, defendiendo su territorio de las criaturas salvajes y de los ataques de trasgoides que asedian sus dominios exteriores. A pesar de contar con una organización funcional y una amplia experiencia bélica durante la marcha de los Peregrinos, los gobernantes araina no vieron en ningún momento la necesidad de expandir sus tierras, optando por mantener al pueblo de Arania bajo el liderazgo de la capital, la ciudad de Telaraña. El gobierno del reino se encuentra permanentemente en Telaraña, en la parte más profunda del Bosque de Ámbar, pero sus dominios se extienden desde los ríos hermanos Eol y Albo en el oeste, donde se trata de contener las incursiones de los grandes trasgos, hasta el linde del bosque en el este, a un centenar de millas de la costa del Marmarax y donde el comercio florece gracias a la Ruta de Azur. La frontera sur del reino, la cual linda con el Gran Cañón del Xerecron, ha sido causa de grandes discusiones políticas, pues la cercanía con la ciudadela de Eidolon propició que pueblos extranjeros, como los hombres de La Garra o los zabarios, tratasen de establecer alianzas y comercio con los habitantes del Bosque de Ámbar. A pesar de poder beneficiarse de dichas rencillas, el pueblo de Arania se ha mantenido neutral en ese conflicto y cualquier otro fuera de sus fronteras.
El gobierno de los arainas está repartido entre la monarquía, siendo la reina Sallanon quien porta la Corona Adamante en la actualidad, y un consejo formado por los tres centenares de representantes de cada una de las antiguas familias del reino, a quienes se les denomina legados. La dinastía de reyes y reinas proviene de los tiempos en que el peregrino Sathnamil gobernaba a los araina y nombró como su regente a su más fiel servidor Sonlale, el primer rey de Arania. Desde entonces, la corona ha pasado de manos de un rey a su primogénito, siempre independientemente del género de este. Aunque muchos creen que la reina es la gobernante del reino, el poder de legislar y decidir reside en el consejo de legados, siendo la monarca una figura representativa de la sabiduría de tiempos pasados a la que pedir consejo y honrar.
Todo el poder político recae sobre los legados, herederos de los trescientos consejeros del primer rey Araina que se mantuvieron fieles a él tras la marcha de Sathnamil. A diferencia de la corona, el cargo de legado no se hereda de padres a hijos, sino que cada legado elige a lo largo de su vida un sucesor, a quien se le insta a realizar el juramento de lealtad a la corona tras la muerte de este. Los legados ocupan toda clase de puestos en el gobierno, siempre asentados en Telaraña, y tienen funciones como controlar el comercio, aprobar nuevas leyes y hasta dirigir las relaciones diplomáticas con los reinos vecinos.
Cada nueva generación de arainas es educada por sus progenitores prácticamente desde su eclosión. A las pocas semanas comienza un aprendizaje en el que cada cría asimila los valores de la sociedad: el respeto a las tradiciones, la necesidad de una ley común que respetar y el valor del trabajo por el bien del grupo. A los siete años de edad son llevados por la Orden de Preceptores, una organización de eruditos y estudiosos con presencia en todas las ciudades, que se encarga de dar la educación básica a los jóvenes ciudadanos, y no vuelven con sus familias hasta cumplir la edad de doce años.
Tras este periodo, solo un pequeño porcentaje de arainas opta por unirse al ejército, formado principalmente por vigías y exploradores destinados en los puestos de vigilancia fronterizos.
La densidad del bosque y los depredadores que lo pueblan es suficiente para disuadir a otros reinos de adentrarse en las fronteras. Solo la creciente amenaza de los grandes trasgos en la frontera occidental ha forzado al gobierno a incentivar los alistamientos y pedir que más parte de la población contribuya en la defensa del reino. La mayoría de ciudadanos araina se dedica a la obtención de recursos, tanto cazando bestias del bosque como recogiendo frutos y madera, y realizando productos manufacturados como cerámica, ropajes y herramientas de hierro.
La población de Arania se encuentra muy concentrada en apenas una veintena de grandes ciudades construidas hace siglos a lo largo del Bosque de Ámbar. El resto de los araina vive en pequeños poblados y puestos de vigilancia que se distribuyen entre las ciudades, creando rutas seguras por las que viajar a través de la foresta. De esta manera se mantienen comunicadas las distintas ciudades y es posible mover mercancías o informes de una a otra. Casi todas las ciudades arainas se encuentran al oeste del río Albo, que nace del río Blanco al norte. La sociedad araina es muy celosa de su territorio y desde el gobierno se han impuesto toda clase de medidas para evitar que los extranjeros circulen libremente por el reino. Solo emisarios diplomáticos, algunos estudiosos y un reducido grupo de comerciantes tienen permiso para cruzar el río Albo e internarse en las ciudades Araina. La amenaza de los grandes trasgos, quienes han incrementado sus asaltos en los últimos años y marchan implacables hacía Telaraña ha propiciado que el reino de Arania y la nación de Mirianis firmen una alianza para coordinar sus defensas contra este salvaje enemigo. Sin embargo, valorando los múltiples beneficios de las relaciones comerciales con otros reinos y dando libertad a las nuevas generaciones de araina, las cuales son cada vez más aperturistas y dan menos importancia a las tradiciones, se han construido ciudades en la región al este del río Albo. Estas ciudades son ocupadas por jóvenes familias que buscan vivir lejos de Telaraña y dedican su vida al comercio y la artesanía, aprovechando su cercanía con la Ruta de Azur. Esta región del reino de Arania está abierta a cualquier extranjero que quiera comerciar y son muchas las familias de otras razas que se han asentado permanentemente allí.
Acostumbrados a vivir lejos del suelo y adaptados para trepar, los edificios de las ciudades araina se encuentran construidos a varios metros de altura, cimentadas en enormes travesaños que unen los troncos de los árboles más robustos. Tras años de reforzar dichos cimientos con las telas de araña producidas por los obreros araina, estos se han endurecido hasta tener la resistencia y el aspecto de la piedra. A diferencia de los livianos edificios élficos o las primorosas edificaciones mida, también sobre árboles, las construcciones araina son recias construcciones sin apenas ventanas, de robusta piedra y formas curvadas. Toscas rejas de hierro forjado cubiertas de enredaderas unen unas edificaciones con otras, permitiendo a los araina desplazarse por ellas con facilidad. Solo los edificios más exigentes, como las forjas y las herrerías se sitúan a nivel de suelo, y siempre con los accesos situados en la parte superior.
Una de las grandes diferencias culturales del reino araina respecto al resto del continente es la escasa presencia que tiene la fe y la religión en el día a día de sus habitantes. A pesar de los intentos de instaurar el culto al Peregrino en el Bosque de Ámbar, esta religión no se expandió con la misma rapidez que entre otros grupos de esclavos, venerando los araina a conceptos más terrenales como la cacería, el honor y al propio Sathnamil. Tras la marcha de sus amos, ninguna revolución religiosa tuvo lugar en Arania y no fue hasta siglos más tarde, con el aumento de visitantes de tierras lejanas, que las deidades del resto del continente fueron conocidas. Bien por la dicha tardanza en hacer acto de presencia o por la naturaleza retraída de los araina, no existen grandes templos a ninguna deidad y cada familia reza a sus propios patrones, normalmente una curiosa mezcolanza de deidades, como Praxis y La Guardiana, con toda clase de animales guardianes de la foresta y conceptos universales como la lealtad o la astucia.
Son tantas las diferencias culturales y fisionómicas de los habitantes de Arania respecto a otras especies del continente que nunca han llegado a encajar completamente con los extranjeros. Sus rostros, totalmente inexpresivos, son imposibles de leer y su tosca forma de hablar el idioma común, lleno de chasquidos y chirridos, dotan de fiereza y aversión cualquier mensaje. Su forma de alimentarse tampoco es similar a otras culturas, pues tienen predilección por los sabores fuertes y la mayoría de carnes y frutas son servidas en forma de líquidos, tras ser troceadas y conservadas durante días con vinagre y jugo de frutas cítricas. En cambio, las sedas y las telas elaboradas por los artesanos araina son muy valoradas y sustentan a gran parte de la población que vive en las inmediaciones de la Ruta de Azur. Durante el periodo estival, cuando las temperaturas son cálidas, los araina visten ropajes de seda de colores pardos, dejando a la vista partes de su cuerpo que decoran con vistosos grabados en su idioma que muestran el linaje del que proceden y honran a sus antepasados. Cuando el invierno llega y el bosque se hiela, cubren sus cuerpos con pesadas capas de piel y cuero curtido, tratando de mantener el calor en sus cuerpos carentes de grasa.