Los hechiceros emplean una magia innata que está grabada en su ser. Algunos ni siquiera pueden explicar la procedencia de sus poderes, mientras que otros buscan su origen en extraños sucesos de su historia familiar o personal. La bendición de un dragón o una dríade durante el nacimiento o la descarga de un relámpago en un cielo despejado son acontecimientos que pueden otorgar la chispa de la hechicería. También lo son el regalo de una deidad, la exposición a la extraña magia de otro plano de existencia o un vistazo a los mecanismos que gobiernan la realidad. Sea cual sea el origen, el resultado es una marca indeleble en el hechicero, una magia que se agita en su interior y puede transmitirse de generación en generación.
Los hechiceros no aprenden magia, sino que esa energía pura e inquieta forma parte de ellos. El arte fundamental de un hechicero consiste en aprender a controlar y canalizar su magia innata, lo que le permitirá descubrir formas nuevas y asombrosas de desatar su poder. A medida que dominan su magia congénita, los hechiceros se sintonizan aún más con su origen y desarrollan poderes únicos que así lo reflejan.
Los hechiceros no abundan. En algunas líneas de sangre nace un único hechicero por cada generación, aunque los talentos de la hechicería se manifiestan casi siempre por casualidad. Las personas que albergan poderes mágicos descubren pronto que es difícil acallar esta energía: la magia de un hechicero anhela que le den uso.