Despertados en una noche eterna y ansiando la vida que han perdido, los vampiros se sacian bebiendo la sangre de los vivos. Odian la luz solar, ya que esta les quema. No crean reflejos ni proyectan sombras, por lo que cualquier vampiro que quiera viajar entre mortales sin llamar la atención se mantiene en la oscuridad y lejos de superficies reflectantes.
Conserven o no recuerdos de su vida anterior, sus vínculos emocionales se marchitan y quedan retorcidos por la muerte en vida. El amor se torna obsesión y la amistad en amargos celos. En lugar de emociones, los vampiros buscan símbolos físicos de lo que ansían. Así, uno de estos seres puede fijar su mirada en una bella joven como objeto de deseo, mientras que otro puede obsesionarse con la juventud y las posibilidades de la vida en un niño. Algunos vampiros se rodean de arte, libros u objetos siniestros, mientras que otros coleccionan instrumentos de tortura o trofeos de criaturas a las que han dado muerte.
La mayoría de las víctimas de un vampiro se convierten en engendros vampíricos, criaturas voraces con la misma sed de sangre, pero bajo el control de sus creadores. Si un vampiro verdadero permite a un engendro beber de su sangre, este se convertirá en un auténtico vampiro y dejará de estar bajo el dominio de su maestro. Sin embargo, pocos vampiros están dispuestos a abandonar su control sobre estas criaturas. Los engendros recuperan su libre albedrío cuando su creador muere.
Cada vampiro está vinculado a su ataúd, cripta o tumba, donde deben descansar durante el día. Si no recibieron un entierro formal, deben yacer bajo el suelo que los vio convertirse en muertos vivientes. Pueden mover su lugar de descanso transportando su ataúd o una cantidad suficiente de tierra del lugar donde murieron a otra localización. De esta manera, muchos vampiros preparan varios lugares de descanso.