Los fuegos fatuos son esferas de luz malignas que acechan en lugares solitarios y campos de batalla, forzados por un destino o una magia siniestros a alimentarse del miedo y la desesperación.
Los fuegos fatuos parecen, desde lejos, las luces producidas por linternas, aunque son capaces de cambiar su color o apagarse por completo. Cuando se iluminan, ofrecen esperanza, ya que hacen creer a las criaturas que los siguen que se acercan a un lugar seguro.
Lo que realmente ocurre es que los fuegos atraen a los incautos hacia arenas movedizas, guaridas de monstruos y otros lugares peligrosos, para así alimentarse del sufrimiento de sus presas y deleitarse con sus gritos agónicos. Un ser malvado que sea presa de estos fuegos fatuos podría convertirse en uno él mismo: su retorcido espíritu escapa del cuerpo sin vida y se concentra hasta formar una llama parpadeante.
Los fuegos fatuos son los espíritus de seres malignos que murieron agónica o miserablemente mientras viajaban por tierras olvidadas bañadas en magia poderosa. Medran en las zonas pantanosas de la Ponzoñay en campos de batalla plagados de huesos, donde la desesperación es aún más opresiva que la niebla más espesa. Están atrapados en estos lugares desolados, ajenos a toda esperanza o recuerdo, y atraen a otras criaturas a un destino fatal para alimentarse de su miseria.
Los fuegos fatuos hablan poco, pero, cuando lo hacen, sus voces suenan como susurros débiles o distantes. A veces establecen relaciones simbióticas con los infames vecinos de los miserables dominios en los que habitan. Las sagas, los onis, los dragones negros y los sectarios malvados colaboran con estas criaturas para atraer presas a sus emboscadas. Mientras sus aliados rodean y asesinan a sus víctimas, los fuegos flotan sobre ellos, bebiendo la agonía de sus últimos alientos y saboreando la sensación de ver cómo la vida se desvanece de sus ojos.