Los dragones de oro son los más poderosos y majestuosos de los dragones metálicos, y consagran su vida a acabar con el mal.
Los dragones de oro tienen un semblante sagaz, adornado con púas flexibles que parecen bigotes. Sus cuernos nasales y frontales se extienden hacia atrás, de la misma manera que las crestas gemelas que adornan su cuello. Sus alas, similares a una vela, nacen en sus hombros y van hasta la punta de su cola, lo que les permite volar de una manera muy característica, como si nadaran por el aire. Las crías de dragón de oro poseen escamas de color amarillo oscuro con brillos metálicos. Esos brillos aumentan de tamaño a medida que el dragón crece. Cuando envejecen, las pupilas de estos dragones desaparecen hasta parecer estanques de oro líquido.
Devoradores de riquezas
Los dragones de oro pueden alimentarse de cualquier cosa, pero su comida preferida son las perlas y las gemas. Por suerte, no necesitan devorar grandes cantidades de estos objetos para satisfacer su apetito. Mientras no sea un soborno, estos dragones aceptan con gusto estos tesoros comestibles.
Cambiaformas reservados
Estos dragones son muy respetados por el resto de dragones metálicos por su sabiduría y justicia, pero también son los más distantes y serios de los dragones bondadosos. Valoran su privacidad hasta el punto de apenas fraternizar con otros dragones, salvo sus propias parejas y crías.
Los dragones más ancianos pueden asumir formas animales y humanoides. Pocas veces un dragón disfrazado revelará su verdadera forma. Así, podría acercarse a un pueblo disfrazado de vendedor ambulante para enterarse de los últimos acontecimientos o ser cliente habitual de negocios honestos y echar una mano de manera sutil. En forma animal, podría hacerse amigo de bardos errantes, niños perdidos o incluso de algún tabernero, sirviéndole de compañero durante días o semanas.
Maestros acumuladores
Un dragón de oro mantiene su tesoro escondido en una cámara en las profundidades de su guarida. Las defensas mágicas que coloca hacen casi imposible quitarle algún tesoro sin que se dé cuenta.