Alzándose tan solo 30 cm de altura, los pixies parecen elfos diminutos, con alas delicadas como las de las libélulas o las mariposas, tan brillantes como un claro amanecer y tan luminosas como la luna llena. Son tan curiosos como un gato y tan tímidos como un ciervo, y van a donde les place. Les encanta espiar a otras criaturas y apenas pueden contener su emoción cuando están entre ellas. El ansia que sienten por presentarse y hacer amigos es prácticamente incontrolable; solo el miedo a ser capturado o atacado hará que un pixie se lo piense antes de actuar. Aquellos que cruzan por los claros en los que habitan estos seres quizá no tengan la oportunidad de verlos, pero sí que escucharán alguna risita, resoplido o suspiro de cuando en cuando.

Los pixies se engalanan como príncipes y princesas de los seres feéricos, con vestidos vaporosos y jubones de seda que brillan como el reflejo de la luna en un estanque. Algunos visten con bellotas, hojas, cortezas y las pieles de pequeñas criaturas de los bosques. Están muy orgullosos de sus galas y se emocionan cuando alguien elogia sus vestiduras.

Aunque la llegada de desconocidos estimula su curiosidad, los pixies son demasiado tímidos para mostrarse de primeras. Estudian a sus visitas desde la distancia para descubrir sus intenciones. También les gastan bromas inofensivas para ver cómo reaccionan. Podrían, por ejemplo, atar juntos los cordones de las botas de un aventurero, crear ilusiones que representen criaturas o tesoros, o enviar luces danzantes que alejan a los intrusos. Si los visitantes responden de forma hostil, los pixies pondrán tierra de por medio. No obstante, si tienen buenas intenciones, lo más probable es que estas criaturas se envalentonen y respondan de forma amistosa. Incluso podrían llegar a descubrirse y ofrecerse a guiar a sus "invitados" a través de un camino seguro o llevarles hasta un pequeño pero sustancioso festín preparado en su honor.