La guerra es inevitable, y en tales tiempos un daimyo llamaría a sus hombres. Un samurái serviría y mandaría, pero antes de eso, un samurái debe prepararse y estudiar. La victoria no consistía en acabar con la vida del enemigo, sino en salvar la de los suyos. Aquellos que vacilaran primero serían los primeros en caer, que el precio de la derrota era mayor que el honor o el orgullo. No bastaba con aprender a ganar, era necesario aprender a no perder.
Aquellos que decían que la guerra era egoísta, o que la estudiaban buscando sólo aumentar su propia gloria y posición, eran tontos y llevarían a Rokugán a la perdición. Nada es más importante que el arte de la guerra, pues protege todas las demás artes. Los generales que no estudiaban la guerra se volvían inseguros y vacilaban en el campo de batalla, haciendo fracasar a un ejército.
El deber
El deber era el alma del samurái, descuidar su deber marcaría su alma. Cumplir con el deber era todo o nada, blanco o negro, no había grises. Esto era lo que significaba ser un samurái.
El propósito de un samurái
Un samurái mantenía en mente y corazón el entendimiento de que debía morir. Rendido ante la ambición, la lujuria, la codicia o cualquier otra cosa, un samurái dudaba para ese momento crucial en que llegaba el momento de sacrificar su vida por su señor.
Los samuráis vivían, se entrenaban para luchar y luchaban para vivir. Sólo vivo podía un samurái cumplir con su deber y proteger a su señor. El deber, por encima de todas las cosas, era el alma de un verdadero samurái. Vivir para cumplir con el Deber era la razón por la que un samurái renunciaba a la ambición, se abstenía de la lujuria y sacrificaba su moral personal.
Ignorancia y estupidez
El ignorante y el estúpido eran dos clases de necios. El primero ponía la mano en el fuego porque no sabía que le quemaría. Una vez quemado, no volvería a hacerlo. Un estúpido seguiría metiendo la mano en el fuego, porque no aprendería.
Un líder enseñaría a sus hombres lo que deben saber, porque un estudiante no tenía culpa de su ignorancia, sólo hacía lo que su maestro le decía.
El bien y el mal
Shinsei dijo: "La naturaleza no reconoce el bien y el mal". Pero los hombres reconocían la diferencia, e ignorar este hecho es ignorar la forma en que funciona el mundo y creer estar en un lugar mejor de lo que es.
Lealtad
La lealtad no se aprendía, ni se heredaba, debía ganarse. Una vez olvidada, un samurái había hecho el trabajo de su enemigo por él. La lealtad, a diferencia de las demás, debe ser objeto de atención constante. Un líder debía crear lealtad en sus hombres.
El general
Un general que dirigía con percepción e inteligencia no necesitaba ser un maestro de la táctica o la estrategia. Con percepción, un líder encontraría a aquellos que entienden de esas cosas, y los dirigiría a su deber apropiado. Con inteligencia, un general sabría no interponerse en su camino.
Las Cinco Medidas
Un ejército estaba formado por las Cinco Medidas:
Medida del Viento:
Un ejército comenzaba con su general. Si es genuino y virtuoso, liderará desde la luz. Igual que Dama Sol brilla sobre un halcón en vuelo, remontándose sin una sobra, lideraras a tus hombres rápidamente, porque nunca necesitarás mirar atrás.
La Medida de la Tierra:
Cuando un líder comprendía el terreno sobre el que luchaba, la ventaja era suya.
La Medida del Fuego:
Un general debe guiar a su ejército bajo la Ley Imperial. Cuando lo hacía, daba un alma de fuego, pues sabía que sus acciones eran justas. Cuando no lo hacía, sofocaba el fuego y robaba el combustible de la llama.
La Medida del Agua:
Debes hacer que tus acciones fluyan como un río, pasivas y sin forma, luego golpea como una ola, poderosa y arrolladora. La rigidez engendra estancamiento, y en la batalla, el estancamiento es muerte. Mantén a tus ejércitos fluidos y preparados para el cambio; comprender el caos es la clave de la victoria.
La Medida del Vacío:
Por último, estaba el Cielo, por lo que comprender el paso de las estrellas era la comprensión final. No había que explicar la Medida del Vacío, sólo reconocer su virtud cuando se manifestaba. En la nada, estaba todo.
La Vía del Engaño
Cargar con un ejército a la batalla sin conocer de antemano las capacidades y debilidades del oponente no traía gloria y tachaba a su líder de cobarde. La muerte a ciegas era una muerte rápida. Cuando se enfrenta al enemigo, un líder le deja ver lo que él quiere que vea.
Sedúcelo con falsedades
Cuando un enemigo está atrincherado y seguro, hay que atraerlo para que salga de su nido. Sácalo de su santuario y atrápalo en el momento oportuno.
Golpea duro y rápido
Cuando un enemigo es más poderoso que uno, un líder debe golpear rápido y duro, y retirarse. Los comandantes sin valor ni confianza no sabían cómo contraatacar. Los que entendían lo que estaba pasando, sabían que su fuerza se había convertido en debilidad.
El martillo y el yunque
Cuando un hombre tenía tiempo para pensar, podía hacer planes, de lo contrario sólo podía cometer errores al reaccionar. Un líder utilizaba la caballería y la velocidad para hostigar al enemigo, sin darle descanso, y hacía rotar a sus legiones.
Romper el corazón
Un general que hacía dudar a su enemigo de aquello por lo que luchaba ya había ganado.
Oportunidades
Cuando un líder se enfrentaba a probabilidades desesperadas, nunca confiaba en una oportunidad, sino en mil. Si confiaba todas sus fuerzas a un solo golpe, un solo error podía destruir todas sus posibilidades.
Ambición y virtud
Un hombre de virtud nunca se preocupaba por su posición; se preocupaba únicamente por la virtud.
Nutrir al fuerte
Cuando un enemigo era más fuerte, el general lo cuidaba. Entonces, cuando flaqueaba, el general podía atacar a su antojo.
Formaciones fijas
Las formaciones fijas no permitían a un ejército adaptarse y cambiar, y esas dos eran la clave de la victoria.
Castigar a los seguidores
Un líder nunca reprendía a sus seguidores delante de otros que le seguían. Si los hombres empezaban a hablar mal de su líder, la semilla de la duda traería la derrota.
Los errores de su enemigo
Mostrar los errores de los demás enseñaba a los hombres confianza en sí mismos. Mostrarles sus propios errores les enseñó la duda.
El enemigo
Cuando un enemigo era fuerte, un líder lo evitaba. Luchaba contra él cuando no estaba preparado. Cuando el enemigo tenía terreno ventajoso, un líder lo incitaba a atacar, apelando a su ira. Cuando el enemigo tenía virtud, un líder sembraba la disensión entre los que le seguían, porque si dudaban de su virtud, no arriesgarían la vida por él.
Rápido como el viento
Rápido como el viento era como debía atacar un líder. Al no dar tiempo al enemigo para pensar, cometería errores, por lo que sería más fácil aplastarlo. Una guerra prolongada agotaba los recursos propios, mataba de hambre a los campesinos y pesaba sobre las almas de quienes servían al líder.
La comida de mi enemigo
Nunca requisar más comida de la que se necesita, sería menos comida que los hombres tendrían que cargar. Recompensando a los hombres saqueando las líneas de suministro del enemigo, un líder les mostraba lo astutos que eran y lo estúpido que era su enemigo.
Victoria sin conflicto
Perdonar a un enemigo siempre era mejor que destruirlo, ya que mostrarle misericordia sólo elevaba la opinión de un líder a sus propios ojos. Si un líder no podía derrotar a su enemigo por medios no violentos, lo derrotaba con aliados. Un enemigo superado en número y rodeado por un ejército de aliados capitularía.
Dos ejércitos
Si el ejército del líder era mayor que el de su enemigo, el líder lo rodeaba. Si era el doble de grande, un líder dividiría las fuerzas y lo flanquearía. Si era igual, un líder encontraría sus debilidades para explotarlas. Si era menor, el líder le superaba en maniobrabilidad.