Las cartas solían tener treinta y una sílabas, con un esquema 5-7-5-7-7, pero también podían tener otras formas poéticas. Las cartas se utilizaban para amenazar, seducir, provocar y atrapar a otros distinguidos invitados de la corte. Es importante destacar que ninguna de las cartas estaba sellada, y la mitad del juego consistía en que los correos transmitían el contenido de las cartas a sus amos. La identidad del remitente permanecía oculta, pero el destinatario era conocido por toda la corte. Para ello, el remitente dejaba la carta en un lugar público o encargaba a un criado que lo hiciera. Si el destinatario decidía responder, debía dejar la carta al descubierto. En virtud de que la carta era de dominio público, el remitente acabaría enterándose o leyéndola él mismo. Así continuaba el juego hasta que se descubría al remitente o uno de los participantes cedía. Más allá del contenido de la carta, el peso y la calidad del papel, el color y el aroma de la tinta y la naturaleza de los documentos adjuntos se combinaban para enviar un mensaje indirecto al destinatario.
El Juego de las Cartas era un antiguo concurso que, según se dice, creció junto a la corte imperial hasta convertirse en su forma moderna. En este juego, dos participantes se enviaban poemas, cada uno una respuesta al anterior, a menudo con pequeños adornos como flores o incienso. Se decía que el juego terminaba cuando una de las partes respondía con un poema inferior al anterior, pero como no existía un arbitraje formal, el punto final del juego solía ser polémico a menos que uno de los jugadores admitiera la derrota.