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Nadie recuerda con exactitud cuando llegó Kwa’oko desde el lejano norte. Para muchos, este ermitaño es ya parte de la propia ciudad y siempre ha estado ahí. Habita una pequeña ermita situada a las afueras de la muralla oeste que él mismo construyó y mantiene en honor a Arahter. Numerosos soldados visitan su ermita para rezar, especialmente mercenarios de las Lanzas de Lantamar. Los pocos que han conseguido tener una relación de amistad con el ermitaño afirman que se trata de un guerrero, un luchador curtido que ha abandonado los campos de batalla para vivir una vida de santidad.