Un castigador está imbuido de una energía divina que brilla intensamente en su interior. Alimenta un poderoso deseo de destruir el mal que, en el mejor de los casos, es inquebrantable y, en el peor, lo consume todo. Muchos castigadores usan máscaras para ocultarse del mundo y enfocarse en contener este poder, desenmascarándose solo en la batalla.