“El cielo es grande y oscuro, latiendo, en lo más alto se encuentra ella. Profundas son sus raíces, más profundas que los rincones vagos y sombríos donde una vez los Olvidados moraban, mataban y reían. Afuera, en el frío, árido y vago vacío del cielo, hay un hambre que se propaga como un instrumento vicioso, tanto de muerte como de alimentación. El cielo nos ha traído las palabras de los sabios dioses y el cálido toque del sol, pero me temo que ahora, produce una negrura sombría cuya caricia es locura - la locura de aquellos que se despiertan en las largas y vacías horas de la noche, permanecen en silenciosa vigilia sobre el cielo sin estrellas y rezan.
Rezan para que no los escuches, rezan para que no los sientas, para no retorcerse, para crecer. El mal de nuestro mundo se enrolla alrededor de sus bordes como un corazón enfermo: late y los cielos oscuros lo oyen. Me temo que ya ha comenzado la infección. El pulso que emite la herida son los latidos de los millones que habitan este frágil mundo, esto no lo hace divino, sino retorcido. Somos un animal vagamente vivo, el hambre, ese hambre terrible y amenazador, todavía acecha impasible sobre el polvo aplastado de las estrellas más viejas.
No somos más que un festín. Un clavo afilado contra una herida incapaz de cerrarse por sí sola. No somos nada, nuestros destinos cruzados por la cicatriz que brilla invisible a los ojos del cielo.
Estoy aquí esperando la canción, y las primeras notas forzarán mi mano con el veneno de la ampolla que se derramará en mi té, mis ojos cansados y golpeados cuya casi ceguera no es ajena a la pesadilla que crece sobre nosotros. Dejo esta carta, sólo te pido esto. Témela.
Teme a la luna."