Liberar a un fénix del Plano del Fuego desencadena una erupción de llamas tan vasta que incendia los cielos. En su centro nace una figura majestuosa e imponente: un ave ígnea de fuego viviente, envuelta en humo abrasador y cenizas. Este ser no es una simple criatura elemental, sino una manifestación anciana del propio Plano del Fuego: un espíritu elemental cuya existencia arde con la furia de un sol encadenado. El fénix no tiene interés en conversaciones, alianzas ni reinos. Su voluntad es ardiente e inestable, y solo desea reducir el mundo a cenizas.

Como todos los elementales ancianos, los fénix surgieron tras devorar a muchos de sus congéneres menores, acumulando sus esencias y creciendo hasta alcanzar un poder apocalíptico. En su plano natal, estas entidades se arrastran como tormentas vivas por las llanuras fundidas del Mar de Cenizas. Pero invocar a uno en el Plano Material es un acto de locura: solo los sectarios más desesperados o nihilistas del Mal Elemental intentan traerlos, esperando con ello precipitar el fin del mundo. Los conjuros para atraer a un fénix están perdidos o prohibidos, escritos en muros olvidados dedicados al Ojo Elemental o enterrados en grimorios sellados con fuego y sal.

Un fénix raramente se queda en un mismo lugar: vuela como una estrella fugaz de destrucción, incinerando todo a su paso, incapaz de saciar su impulso de consumir. Su llama no es solo fuego: es un hambre esencial, una necesidad existencial de consumir y purificar por la combustión. Algunos lo veneran como un dios del renacer, otros lo temen como el fuego final. Pero todos coinciden en que su llegada marca el principio del fin.