Hemomancia, la Magia de Sangre
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Hemomancia, la Magia de Sangre

"Que nadie se engañe: la sangre no es solo la vida, es el pacto. Y una vez derramada en nombre de la magia, siempre reclama su deuda."

Bigby, el Grande. Miembro del Círculo de los Ocho

Más allá de las ocho escuelas de magia aceptadas por la mayoría de los arcanistas, la Magia de Sangre ocupa un lugar apartado e incómodo: demasiado peligrosa para ser enseñada en academias, demasiado poderosa para que los sabios la ignoren por completo. Su esencia podría describirse como una fusión sombría de la Nigromancia y la Abjuración, pero esta comparación solo roza la superficie. A diferencia de la nigromancia, que manipula la energía vital como un recurso externo, o de la abjuración, que construye defensas a partir de la Urdimbre, la hemomancia convierte la propia sangre y, por extensión, la fuerza vital en materia prima, canal y precio de la magia.

Esta disciplina se sostiene sobre un principio absoluto: toda invocación exige un pago inmediato. Un ritual menor puede costar solo un latido apresurado y una punzada de dolor, mientras que las proezas mayores pueden arrancar años de vida o agotar al lanzador hasta dejarlo inerme. Los experimentos históricos con hemomancia, documentados en códices prohibidos y crónicas fragmentarias, mencionan accidentes donde un aprendiz, al intentar invocar un sello protector, colapsó por la súbita coagulación de toda la sangre en sus venas; o casos donde el conjurador se vio irremediablemente ligado al cuerpo y la voluntad de su objetivo.

Aunque su origen se pierde entre leyendas y mitos, los arcanistas coinciden en que la hemomancia llegó a ser perfeccionada por órdenes ocultas cuyo único propósito era forjar guerreros capaces de enfrentarse a los poderes divinos en siglos cercanos a la Guerra de la Ascensión, creyendo esta magia cruel la verdadera apoteosis del poder arcano, capaz de derribar a un dios.

En el presente, los únicos practicantes reconocidos son las órdenes de Hematurgos dispersas por Mipsum. Estas hermandades no poseen, ni pretenden poseer, el dominio absoluto sobre la hemomancia, sino que aplican una fracción controlada de ella para fines, aparentemente, benignos. Incluso así, sus ritos y taumaturgias son dolorosos y, a ojos de muchos, inhumanos: cortes precisos para dibujar runas con sangre fresca, sellos formados a partir de la propia médula, y contratos escritos no con tinta, sino con la savia vital del firmante.

Por esta razón, la hemomancia goza de una doble reputación: prohibida en la mayoría de las naciones civilizadas, pero codiciada por tiranos, cultos y cazadores de monstruos por igual. Los textos más sensatos recomiendan que, incluso para el estudioso más disciplinado, acercarse a sus secretos sea como arrimarse a un brasero encendido: con cuidado, respeto… y sabiendo cuándo retirarse antes de arder.