Encuentro
La luna se erguía majestuosa en el cielo, pintando con tonos plateados el paisaje que rodeaba al grupo de aventureros. Su destino, el Castillo de Ivanovich, se alzaba en la lejanía como una sombra imponente, pero antes de llegar allí, un encuentro inesperado captó su atención.
A lo lejos, vislumbraron una imponente escolta de guardias, unos treinta, que conducían a una criatura gigantesca, apresada con grilletes y cadenas. La criatura, de aspecto desconocido para Dorian, despertó su interés y, sin pensarlo dos veces, comenzó a acercarse. Sin embargo, Cyrus lo detuvo con un gesto cauteloso y preguntó por su acción.
—¿Qué haces, Dorian? —inquirió Cyrus con una mezcla de preocupación y curiosidad.
El constructo levantó la mirada hacia Cyrus y explicó su inquietud:
—No conozco a esa criatura y quiero analizarla, no está en mi base de datos.
Norton y Cyrus intercambiaron miradas cómplices y convinieron que era mejor mantenerse ocultos y estudiarla más adelante. Sin embargo, la curiosidad de Dorian era como un fuego imparable, y no pudo resistirse a acercarse de algún modo. Utilizando un hechizo de invisibilidad, se deslizó sigiloso hacia la bestia cautiva.
Invisible a los ojos
El pelotón de guardias avanzaba, inconsciente de la presencia oculta de Dorian, hasta que en el preciso instante en que el brujo desencadenó su conjuro, la escolta se detuvo abruptamente. El guardia más adelantado, notando el cambio en la energía del ambiente, frunció el ceño y ordenó:
—¡Alto! Se ha detectado uso de magia ilegal en la zona. ¡Búsqueda y captura del conjurador!
Los guardias se movieron con celeridad, dispersándose en busca del supuesto hechicero. Dorian, en su afán por investigar, había desatado una situación peligrosa. El resto del grupo observaba con preocupación desde su escondite, conscientes de que debían actuar con prudencia para evitar problemas mayores.
El bosque oscuro y denso envolvía al grupo de aventureros en un abrazo de sombras mientras la noche extendía sus misterios. Dorian había desencadenado sin querer una situación delicada al acercarse a la bestia cautiva. Los guardias, alertados por la presencia de magia ilegal, se agolpaban a su alrededor como abejas furiosas que rodeaban a su intruso. Aunque Dorian intentaba mantenerse invisible y en silencio, el murmullo de los guardias llenaba el aire, como si los susurros del bosque se hubieran vuelto parlanchines.
Localizado
El grupo restante, consciente de la peligrosa posición de Dorian, comenzó a retroceder con pasos cautelosos, desvaneciéndose en las sombras para permanecer fuera de la vista de los guardias. Sin embargo, una decena de ellos se congregó en torno al punto donde creían que la magia emanaba, desafiando a la oscuridad en busca de respuestas.
"La magia proviene de este punto", anunció el líder de los guardias con determinación, instando a sus hombres a atacar a lo invisible, como cazadores acechando en la penumbra. Golpe tras golpe, los guardias intentaron encontrar la fuente de magia, sus armas cortando el aire con ferocidad, Dorian permanecia inmovil.
La concentración de Dorian flaqueó bajo la presión y se tornó visible ante los ojos asombrados de los guardias. El caos se apoderó del lugar mientras Cyrus, desató un conjuro de destrozar. Norton, con su ingenio afilado como una espada, conjuró ilusiones para confundir y distraer a los guardias, pero su habilidad no bastó para engañar a los astutos vigilantes que pueden detectar el origen de la magia.
"Liberen al Guardián de Piedra", ordenó uno de los guardias con voz enérgica, y los grilletes que aprisionaban a la criatura se deshicieron en un estruendo metálico. La bestia emergió con pasos pesados y ojos ardientes de furia, un ser ancestral de roca y poder.
A ciegas
El combate era inminente, y el destino de Dorian pendía de un hilo. En medio del tumulto, el constructo cayó inconsciente, herido por la intensidad de los ataques, pero el Padre Adellard, con su conocimiento antiguo y su conexión con los dioses, invocó el poder curativo de una palabra sanadora, devolviendo fuerzas a su compañero.
La oscuridad de la noche se intensificaba mientras el grupo de aventureros se encontraba acorralado por los guardias de Ivanovich, en un desesperado enfrentamiento que amenazaba con arrebatarles la esperanza. Sin embargo, un repentino estruendo retumbó en el aire, haciendo temblar el suelo bajo sus pies. Una explosión resonó a lo lejos y el humo se elevó, confundiendo a los guardias y al grupo por igual.
Desde el centro de la niebla, una figura encapuchada emergió, proyectando una presencia misteriosa y poderosa. Su voz resonó en medio del caos, una voz decidida y llena de seguridad: "Siganme si quieren vivir".
Sin tiempo para dudar, el grupo confió en su instinto y decidió seguir a la enigmática figura. Mientras corrían entre las sombras, pudieron vislumbrar en la distancia a cuatro figuras enmascaradas que los observaban detenidamente, sin tomar acción alguna.
Escape
Finalmente, el grupo logró dejar atrás a cualquier perseguidor y, exhaustos pero seguros, tomaron un respiro. Cyrus se acercó a la encapuchada para indagar sobre su identidad y la razón de su oportuna intervención.
La forajida, presentándose como Zilla, expresó con naturalidad que simplemente había visto que necesitaban ayuda y no pudo evitar involucrarse. Sin embargo, cuestionó con cierta astucia la decisión del grupo al enfrentarse a los guardias de Ivanovich.
Con honestidad, el grupo compartió su situación, revelando que provenían de una línea temporal distinta y que buscaban la tecnología del Castillo de Ivanovich para regresar a su época. Zilla, con ceño fruncido, les advirtió que el Castillo era una fortaleza inalcanzable y que sus esperanzas podrían desvanecerse ante el intento de ingresar. Cyrus sugiere que con su ayuda podrian tener mas chances pero Zilla solo atina reirse e indicar que ya cumplió su trabajo y que ahora va a volver a su pueblo.
Dorian indagó sobre el pueblo del que Zilla hablaba: Hierro Gris. Ella confirmó que era su lugar de origen, una ciudad asolada por los ataques de Ivanovich, pero donde aún había gente viviendo resistiendo a la opresión. Cyrus, esperanzado, preguntó si había alguien en Hierro Gris dispuesto a ayudarles en su causa de derrocar a Ivanovich. Zilla titubeó por un instante, sopesando las posibilidades, hasta que finalmente admitió que conocía a alguien que formaba parte de una resistencia, alguien que podría brindarles ayuda.
La encapuchada les reveló que tenía un barco anclado en la costa, pero que solo ella tenía el permiso para ingresar. Por lo tanto, les sugirió que caminaran algunos kilómetros hacia el punto acordado donde podrían abordar la nave. Aunque la situación no era la ideal, el grupo aceptó la propuesta, consciente de que cualquier aliado en esta tierra desconocida sería valioso.
El grupo de aventureros, liderado por Zilla, se aferró a la esperanza ofrecida por el bote salvavidas, mientras uno a uno ascendían a bordo del barco. El navío, majestuoso y elegante, estaba tripulado exclusivamente por humanos, un detalle que no pasó desapercibido para Cyrus, el astuto semielfo. Al cuestionar esta peculiaridad, Zilla le explicó que cumplir con la ley era la única forma de navegar con libertad en aquellos mares tumultuosos.
En ese momento, apareció Uldyssian, el enigmático capitán del barco, para poner a prueba la confianza de Zilla en sus recién llegados compañeros. Con la mirada aguda, evaluó uno a uno a los aventureros y, aparentemente satisfecho con lo que vio, accedió a guiarlos hacia el área donde descansarían durante los próximos veinte días de viaje.
En las entrañas del navío, las literas se extendían como celdas de un monasterio flotante. El aire salado del mar llenaba los pulmones de los aventureros, mientras cada uno reflexionaba sobre su destino y los desafíos que les esperaban. Adellard, el sabio clérigo, buscó recargar su energía arcana divina, pero un profundo vacío le respondió. No percibió rastro alguno de la fuerza celestial que lo había acompañado en su camino hasta entonces. Una inquietud se apoderó de él al comprender que, al utilizar la energía mágica restante, podría perder para siempre la capacidad de invocar la magia divina.
Hierro gris
Tras veinte días de viaje, el grupo finalmente arribó a Hierro Gris, pero la ciudad parecía un eco silencioso de tiempos pasados. Desolada y envuelta en un manto de melancolía, las calles se extendían vacías, sus edificaciones de piedra parecían testigos mudos de un pasado olvidado. La duda se cernía sobre los aventureros, cuestionando si aquel lugar podía estar habitado aún.
Zilla y la tripulación del barco anclaron la nave con cuidado, y una vez en tierra, la enigmática forajida condujo al grupo hacia una taberna local conocida como "El Martillo de Hierro". Allí, en la entrada, Zilla se detuvo, alerta como un ave nocturna, y se aseguró de que nadie les siguiera. Satisfecha, golpeó la puerta con un código especial y, tras unos instantes de suspenso, la puerta se abrió sigilosamente.
La taberna se desplegaba frente a ellos, aparentemente común y corriente, aunque con el sello distintivo del abandono y la soledad. A pesar de ello, algunos humanos permanecían en su interior, compartiendo conversaciones en susurros y deleitándose con las escasas comodidades del lugar. Zilla se dirigió con determinación hacia un hombre que se hallaba al fondo de la taberna, completamente apartado, limpiando meticulosamente unas botas con gesto cansino.
El martillo
El silencio se hizo presente en la taberna de Hierro Gris mientras el grupo de aventureros se preparaba para explicar su propósito en ese mundo desconocido. El humano llamado Grimgar, miembro de la resistencia local, aguardó con paciencia mientras Zilla, la enigmática forajida, le presentaba al grupo. El brillo de reconocimiento brilló en sus ojos cuando sus miradas se cruzaron con la de Dorian, el misterioso constructo brujo.
Grimgar, ansioso por conocer el resultado de la misión, se dirigió a Zilla y ella asintió, confirmando que el cargamento había llegado en perfectas condiciones. En ese momento, la forajida presentó al grupo a Grimgar, quien les recibió con un gesto amigable. Sin embargo, Zilla dejó entrever que había más por contar, instando al grupo a explicar la razón de su presencia en Hierro Gris.
El gesto enigmático de Grimgar instó al grupo a seguirlo, y sin vacilar, se levantaron de sus asientos en la taberna para acompañarlo hacia una estantería llena de bebidas. Con una habilidad que denotaba práctica y conocimiento, Grimgar seleccionó dos botellas y, de repente, comenzaron a escucharse ruidos mecánicos que retumbaron en la habitación. La estantería se movió mágicamente, revelando una puerta secreta que se abría ante ellos.
Los corazones de los aventureros palpitaban con expectación mientras cruzaban el umbral de la puerta secreta, adentrándose en una sala oculta. La escena que se desplegó frente a sus ojos los dejó estupefactos. Cientos de seres no humanos, provenientes de diferentes razas y reinos, coexistían en armonía dentro de aquel santuario clandestino. Elfos, medianos, semielfos, enanos e incluso orcos compartían un espacio común, realizando diversas actividades. Algunos se unían en tareas colaborativas, otros simplemente compartían comidas o hallaban reposo tras jornadas de esfuerzo.
Grimgar, como guía y protector de aquel refugio, condujo al grupo hacia un piso más abajo, donde la actividad era menor y el ambiente adquiría un aire de intimidad. Allí, apartados de las miradas curiosas, encontraron una mesa preparada para acogerlos. Con cortesía y respeto, Grimgar les pidió que tomasen asiento y les instó a contar todo.
Repasando
Cyrus, con valentía y determinación, tomó el diario de su padre y comenzó a trazar una línea de tiempo detallada. Con cautela y precisión, relató cómo habían viajado doscientos años al futuro y su plan para volver al punto en el que comenzó todo, alterando la cadena de eventos que habían sumido al mundo en su estado actual. El objetivo era claro: ingresar al Castillo de Ivanovich, donde supuestamente se encontraba la tecnología necesaria para lograr su cometido.
La curiosidad brilló en los ojos de Grimgar, quien escuchó atentamente la explicación de Cyrus y Norton. Al mencionar al Archivista, el nombre resonó como un eco en la memoria del humano. Les reveló que el Archivista era una leyenda, considerado la persona con el mayor conocimiento de los Reinos. Su mera mención desató asombro en todos los presentes.
Grimgar, decidido y convencido de la importancia del Archivista, propuso traerlo incluso a la fuerza si era necesario. Sin embargo, el grupo se opuso enérgicamente. Sabían que convencer al Archivista sería una tarea ardua y que él se negaría a abandonar su escondite. La resistencia y el escepticismo del grupo dejaron en claro que esa opción no era viable.
El humano, asumiendo que no lograría convencerlos, desistió de su idea y se centró en el plan para ingresar al Castillo de Ivanovich. Norton, con humildad, reconoció que carecían de información sobre el castillo y su funcionamiento, por lo que necesitaban desesperadamente la ayuda de Grimgar y su experiencia en Hierro Gris.
El silencio se adueñó de la atmósfera mientras Grimgar se preparaba para compartir su opinión sobre el plan del grupo, pero antes de que pudiera hacerlo, una interrupción resonó en la sala secreta. Un miembro de la tripulación del barco irrumpió, anunciando que los sobrevivientes estaban listos para ser presentados. Inmediatamente, treinta no humanos fueron escoltados hacia el refugio, encontrando resguardo en aquel santuario clandestino.
Zilla, con su mirada perspicaz, dirigió una mirada significativa hacia Cyrus, recordándole el cuestionamiento que había hecho acerca de la tripulación del barco, compuesta únicamente por humanos. El semielfo, consciente de su precipitado juicio, bajó la mirada, reconociendo su error en haber juzgado anticipadamente a Grimgar y a su tripulación.
Los no humanos que ingresaron al refugio reflejaban una diversidad impresionante: elfos, medianos, semielfos, enanos y otras razas, todos ellos habían enfrentado circunstancias adversas en manos de Ivanovich.
El plan
La reunión en la sala secreta se prolongó mientras los rescatados encontraban acomodo y recuperaban fuerzas. Grimgar, el sabio guardián de aquel refugio clandestino, prosiguió con el encuentro. Aunque lamentablemente les comunicó que el Castillo de Ivanovich se alzaba como una fortaleza impenetrable, una chispa de esperanza brilló en sus ojos mientras mencionaba el as bajo la manga que poseían.
La mirada de todos se posó en Dorian, el constructo que había acompañado al grupo en sus travesías. Grimgar reveló un arriesgado pero ingenioso plan: si lograban capturar uno de los autómatas de Ivanovich, podrían realizar ingeniería inversa y convertir a Dorian en una réplica, permitiéndole pasar desapercibido ante la mirada enemiga. Sin embargo, la incertidumbre y el peligro eran evidentes, pues existía la posibilidad de que la consciencia de Dorian quedara sobreescrita por el autómata enemigo.
Con pocas opciones disponibles, el grupo finalmente aceptó el plan, sabiendo que era un riesgo necesario para alcanzar su objetivo de cambiar el rumbo del mundo y regresar a su época. Grimgar les informó que había encontrado a la persona indicada para llevar a cabo la delicada tarea: William, un antiguo ingeniero de Ivanovich que había desertado y ahora se dedicaba a ayudar a la resistencia.
El ingeniero, portando un arma en la mano, la entregó a Zilla, quien la recibió con escepticismo. William explicó que había cancelado el ruido del arma, pero no había tenido la oportunidad de probarla. La confianza en el plan se entrelazaba con la incertidumbre, mientras Zilla tomaba el arma en sus manos con determinación.
Grimgar presentó a William al grupo, explicando su papel crucial en el éxito de la misión. El ingeniero escuchó atentamente el plan de capturar uno de los constructos de Ivanovich y trasplantar la información en Dorian. Zilla, por su parte, sugirió que conocía un campamento cercano donde podrían encontrar a uno de esos temibles autómatas.
Ante la importancia de la misión y el peligro inminente, Grimgar solicitó que Zilla acompañara al grupo en la travesía. Aunque la forajida dudó en un principio, Grimgar la instó a sumarse, argumentando que si las palabras del grupo eran ciertas y había esperanza para cambiar el mundo, debían asegurarse de que alcanzaran su objetivo, aun si eso implicaba que sus propias vidas quedaran en segundo plano.
Decididos y con la convicción de un propósito compartido, el grupo, acompañado por Zilla y William, se lanzó a la aventura, emprendiendo el viaje hacia el campamento en busca de la pieza clave para su plan