Un hombre, arruinado y quemado hasta quedar irreconocible. Las cicatrices del fuego están en carne viva y enrojecidas, pero cerradas, curadas por los kami. Su cabeza y su rostro son una máscara de cera derretida; cuencas vacías miran al techo y pequeños agujeros negros marcan donde deberían estar su nariz y su boca.