En un entorno tan tribal y salvaje como es Sananda, sus moradores se encomiendan a distintos dioses para conseguir su favor, ya sea en forma de cultivos, protección o satisfacción personal. Muchas de estas religiones son benignas, mientras que otras hacen hincapié en la armonía de la naturaleza o en su lado más cruel. Los habitantes del mar de hierba conocen el poder de los dioses y los adoran o respetan en consecuencia. En las ciudades como Puerto Estrella o El Cruce, sin embargo, la gran cantidad de extranjeros hace que los cultos se diversifiquen y se importen las creencias de otros lugares de Voldor. También, como no podría ser de otro modo, los descontentos y los desesperados alzan sus voces hacia la oscuridad que mora en el mundo, rezando a dioses malignos que amenazan con extender su veneno por las llanuras.
La Gran Hueste Tormentosa
Prácticamente todos los habitantes de Sananda confieren una capacidad mística a las tormentas. Cada una de las etnias se acoge a sus dioses cuando los cielos se oscurecen y comienzan a caer las primeras gotas. Esto se debe a la Gran Hueste Tormentosa, una entidad sobrenatural que vaga por las llanuras acompañada de una tormenta perenne asolando todo lo que se encuentra a su paso. La Hueste es clemente con aquellos que le rinden culto y se postran ante su poder y salvaje con los que le plantan cara. Solo los más valerosos y fieros, capaces de vencer a las criaturas que acompañan a la Hueste, son perdonados o incluso invitados a acompañar a la comitiva de las tormentas en su periplo por Sananda. La Hueste es indómita y brutal, una fuerza de la naturaleza confinada a un plano al que no pertenece que busca la manera de volver a su lugar de origen. Normalmente deambula por las llanuras sin patrón aparente, acercándose rara vez a los núcleos urbanos. Hasta la fecha, solo se ha adentrado en Puerto Estrella en una sola ocasión y en El Cruce media docena de veces.
Durante más de un milenio esta Hueste se ha nutrido de los mejores guerreros y las criaturas más salvajes y poderosas hasta convertirse en la máquina de destrucción que es hoy en día. Muchos de sus seguidores se convierten en fantasmas o espectros que pasarán a acompañar hasta el fin de los tiempos a las fatas y espíritus que la conforman, y las criaturas vivas elegidas como acompañantes pueden viajar a una velocidad pasmosa, ya sea por tierra o surcando los cielos, aunque algunos quedan rezagados y se les puede encontrar vagando por las llanuras. Con el objetivo de que la Hueste los elija cuando los encuentre, algunos de sus seguidores se dedican a sembrar el caos y la destrucción a su paso a la espera de llegar a ser dignos, confundiendo su verdadera naturaleza. Es el caso de algunas hordas alunas, de donde proviene parte de su mala fama.
En la mayoría de las comunidades de Sananda se realizan ritos a los dioses cuando se avecina tormenta para que sus deidades mantengan alejadas a la Gran Hueste Tormentosa. Estos exvotos pretenden calmar el ansia destructora de la comitiva y así evitar que siga su inexorable paso hasta la ciudad asolándola a su paso. Cuando todo falla y la tormenta llega a una comunidad, ya sea porque las ofrendas han sido insuficientes, porque los dioses han desoído las llamadas de auxilio o sencillamente porque la naturaleza entrópica de la Hueste así lo quiere, todos los habitantes se encierran en sus casas atrancando puertas y contraventanas a esperar que pase la tormenta. La leyenda reza que los espíritus de la Hueste no pueden entrar en moradas a las que no han sido invitados, por lo que dejar abierto algún acceso a una vivienda puede entenderse como una invitación a pasar.
Cultos cívicos
En todos los hormigueros de Sananda se rinde culto a la indivisible dualidad de la ciudad y su reina, a las que dotan de atributos divinos. Los cultos cívicos, por medio de sus sacerdotes, se encargan de ello inculcando estas creencias en los ciudadanos de las distintas colonias. Los fórmigos realizan ritos mistéricos para honrarlas a ambas. Pueden consistir en servicios a la comunidad, como el trabajo en los túneles, el cultivo de los campos o servir en la guardia. También pueden hacer ritos de adoración propiamente dichos. Como recompensa, los sacerdotes comparten con ellos retazos de historia y saber común de la ciudad de mayor o menor importancia dependiendo del servicio prestado. Solo la reina de cada hormiguero conoce en su totalidad la historia del hormiguero, la cual se encarga de pasar de generación en generación de regentes.
Dada la corta esperanza de vida de los fórmigos, los cultos cívicos realizan una función primordial en la comunidad al servir como depositarios del conocimiento que se transmite a los ciudadanos. La principal labor de los sacerdotes del culto cívico es transmitir una serie de conocimientos, los fundamentales que todo fórmigo debe saber para que se mantenga el bienestar de la colonia. El principal es la idea del bien común, la importancia capital de la ciudad y su reina frente a cualquier interés individual.
Culto Eterno (Vorágine)
En las profundidades del hormiguero de Biixemein, donde los fórmigos trabajan incansablemente para completar el Gran Proyecto de la reina Elianii, ha comenzado a extenderse una nueva religión conocida como el Culto Eterno. Esta doctrina se comenzó a extender hace algunos años entre los trabajadores de los túneles; nadie sabe quién fue el primero en convertirse a esta nueva fe o quién la introdujo entre los fórmigos de Biixemein, pero lo cierto es que se está comenzando a convertir en un problema para las autoridades del culto cívico.
Avocados como parecían a una breve vida de servilismo en las interminables jornadas de trabajo, los fórmigos se acercaron al Culto Eterno, seducidos por la promesa de alargar sus vidas. Esto, unido al rechazo contra el rígido sistema del hormiguero entre aquellos que cavan incansablemente en la oscuridad de los túneles, hacen que cada vez esta religión cuente con más adeptos entre sus filas. Muchos de los fórmigos pertenecen a los estratos más bajos del culto, por lo que solo tienen una ligera idea de en qué consiste su doctrina. Adoran a una deidad llamada Vorágine, la cual les promete una vida más allá de los límites de sus cuerpos, donde las normas de otros valen tanto como el aire con el que las proclaman.
Los líderes del culto y los que se encuentran en los niveles superiores conocen la verdadera naturaleza del Culto Eterno, pues Vorágine no es sino otro de los nombres de Ahzek, dios de la oscuridad. Es una plaga que se ha desatado dentro del hormiguero de Biixemein y que se empieza a extender al de Ikrii, amenazando con desestabilizar el controlado y rutinario modo de vida de los fórmigos.
Sus ritos están dedicados a socavar paulatinamente los valores morales que el culto cívico les ha ido inculcando a sus ciudadanos, aprovechándose de la rabia y el descontento causados por las maratonianas jornadas a las que son sometidos. No suele ser nada especialmente grave, la infracción de una pequeña norma aquí, un pequeño robo allá justificado por una buena intención…
Los líderes son pacientes y saben que el mal no es natural en los fórmigos, pero, con la motivación adecuada, todos los iniciados pueden acabar ascendiendo. Los que no lo hacen acaban como sacrificios a Ahzek bajo la punta de sus dagas.
Hilas
A pesar de tratarse de un culto minoritario, la religión en torno a la figura de Hilas va ganando adeptos de manera constante. Hilas personifica el libre albedrío, la libertad de elección, la alegría y el aprovechamiento al máximo de la vida. Para esas metas, propone dar rienda suelta a los deseos más inconfesables, todo aquello que la sociedad considera desagradable o tabú pero que proporciona placer al individuo. Se trata de un culto al hedonismo que busca el autoconocimiento y rechaza el autoengaño. No tiene más receptos que vivir la vida al máximo y tratar de ser feliz sin pedir perdón por los actos que se llevan a cabo para satisfacer los propios deseos. No exige tributos, rezos ni demás liturgia, por lo que esta religión ha calado hondo entre todo tipo de malhechores y criminales que encuentran una justificación moral a cada uno de sus actos. Hilas es esa voz interior que hay en cada uno de los habitantes de Voldor aplacada por normas sociales y morales que no tienen que ver con la esencia de cada individuo. Sus prelados se reparten por las principales urbes y centros de población de Sananda, aunque están comenzando a expandirse hacia el resto de Voldor. El arma favorita de Hilas es la cimitarra, utensilio que usan sus clérigos como muestra de devoción.
Khurhu es su autonombrada avatar en Sananda, una gnoll procedente de Shabana que, según ella, ha logrado la inmortalidad gracias a los dones de Hilas. Lidera una ciudad de ladrones y salteadores escondida a simple vista al oeste de las llanuras.
Dekaeler
Los cíclopes de Sananda han dirigido la vista hacia Dekaeler, el dios de la guerra y la industria, en un intento por poner orden en su mísera existencia. La laboriosidad y la fuerza con la que los Peregrinos obsequiaron a estas criaturas casan con las enseñanzas del dios, que los ha llevado a hacer suyo el objetivo de la conquista en los años confinados en las Quebradas del Ojo. Las leyes de Dekaeler están escritas en piedra en el bastión de los cíclopes, Roca de Ley, en una inmensa pared de uno de los acantilados.
El origen de esta adoración hacia Dekaeler se remonta a una hambruna que asoló a los cíclopes cuando perdieron sus cotos de caza tradicionales y sus campos se volvieron estériles. Durante aquel tiempo, unos pocos se volvieron hacia la Madre Abundante pidiendo la vuelta de la fertilidad a la tierra, mientras que otros optaron por entregar sus corazones a Gram. Estos últimos se volvieron contra sus semejantes como chacales hambrientos y se cebaron con su carne. El miedo, el hambre y el canibalismo amenazaban con desintegrar la dañada sociedad ciclópea. Fue entonces cuando una joven conocida como Magzir Piel de Cuero comenzó a tener terribles pesadillas en las que era devorada viva por los adoradores de Gram, pero, antes de morir, era salvada por un gigantesco ser de fuego, engranajes y hierro que aplastaba a los caníbales. Este le ofrecía la salvación a cambio de que hincase la rodilla ante él y le jurase lealtad como su sierva, cosa que hacía aún con las entrañas desprendiéndose de su cuerpo. Después, la belicosa deidad le ordenaba congregar más fieles que se convirtiesen en sus vasallos entre los cíclopes. Aquello sucedió veinte veces.
Al despertarse, Magzir encontraba en su piel las leyes del coloso grabadas con hierro al rojo y en su mente bullían instrucciones para construir armas con los que aplastar a los seguidores de los otros dioses, así como estrategias militares y políticas para obtener recursos que asegurasen la supervivencia de los leales al dios de la guerra. Este nuevo dios, que se presentaba como Dekaeler el Caudillo Final, afirmaba que el resto de dioses eran débiles debido a su compasión o peligrosos salvajes que oscilaban entre viles criminales y bestias sin sentido, por lo que acabar con ellos y sus adoradores era purificar Voldor de los males que lo asolaban. Quienes obedecieran serían recompensados con la entrada en su feudo espiritual en el más allá, donde podrán servirle por toda la eternidad, atendidos por las almas esclavizadas de los paganos y los herejes.
Magzir, renombrada como «Piel de Hierro», comenzó a predicar entre los hambrientos cíclopes que aún no habían sucumbido y les habló del Caudillo Final que los llevaría a la gloria de nuevo. Y muchos marcaron su piel con un engranaje con un ojo a modo de pacto con él y tomaron las armas contra los bárbaros fieles a Gram. Los había incluso que recibían más visiones de Dekaeler, quedando su piel marcada del mismo modo que la de Magzir. En apenas unas escaramuzas, aniquilaron a los seguidores de Gram y luego hicieron lo mismo con quienes adoraban a la Madre Abundante. Magzir terminó con el druida que los lideraba con sus propias manos y empleó sus huesos para esculpir en el acantilado de Roca de Ley las leyes de Dekaeler. Murió consumida por el fuego de su interior poco después, y el hierro que había en su cuerpo fue empleado para forjar armas sagradas que solo se blanden en las batallas cruciales. De ellas emerge el poder destructor del hierro fundido y las llamas de la industria.
Son conocidas como los Castigos Feroces.
La devoción de los cíclopes de la Legión de la Rueda Dentada es tal que empuñan en batalla el arma favorita del dios, los manguales de guerra. El resto lo adora mediante el trabajo destinado a la construcción de la maquinaria bélica que les permitirá la conquista de la Llanura Interminable en honor del Caudillo Final. Esta tarea recae en los llamados pieles de hierro, los sacerdotes que han aprendido a trabajar el metal y que hacen de la herrería su mayor ritual para honrar a Dekaeler. Muchos cíclopes portan su propio signo de Dekaeler, una rueda dentada con un ojo en su interior, representación de la devoción que su pueblo siente por el señor de la guerra y el futuro.
Por su parte, los luanos adoran a este mismo dios bajo el nombre de Pharas, el esposo de Eurana, a la que llaman Sibis. Según sus creencias, estos dos dioses son los responsables de mantener el orden y la paz. La pacífica prosperidad que ofrece Sibis solamente es posible si Pharas mantiene el orden por la fuerza y el miedo. Para sobrevivir, ya sea como cultura o individuo, la clave está en mantener el equilibrio entre ambos, cosa que se logra siguiendo una serie de dogmas y tabúes dictados por los matrimonios de sacerdotes que dirigen el culto.
Según las creencias de los nirienses, sus antepasados adoraban a Pharas siguiendo el ejemplo de sus crueles amos duérgar en la hostil Hirior. Aunque para estos enanos del país plutónico Dekaeler es el Dios Fábrica o el Caudillo Máquina, para sus esclavos es el Capataz Terrible que entregará cierto descanso en la otra vida a los que obedezcan las leyes y cumplan con sus cuotas hasta morir. Cuando huyeron, se llevaron consigo a este terrible dios, pues era el único que conocían, y solo cuando entraron en contacto con ciertos adoradores de Eurana, que les ofrecieron refugio en su búsqueda de un nuevo hogar, comenzaron a adorarla. Algunos clérigos incluso afirman que el romance entre Lograss y Tertia es una representación del equilibrio entre estos dos dioses. La benévola diosa sirvió como contrapunto a la dureza de Dekaeler, y con el tiempo algunos luanos optaron por adorarla a modo de contrarrestar la creciente alienación de los embrutecidos esclavos. Finalmente, tras una serie de discusiones religiosas, los adoradores de ambos dioses decidieron casarlos ritualmente para que su unión fortaleciera a su pueblo en vez de dividirlo. Asimismo, Dekaeler pasó a ser Pharas, como insulto final a los odiados duérgar, pues así se llamaba el primer esclavo que matara a un capataz en su huida.
Sobra decir que la Legión de la Rueda Dentada desprecia a los luanos y considera sacrílega su adoración a Pharas. Aquellos adoradores del dios luano que tengan la mala suerte de ser capturados con vida por los cíclopes acaban siendo lanzados a gigantescas máquinas sacrificiales hechas de engranajes.
El Devorador
Los saurios de Muluc-Xul fueron expulsados de Saurania por no adorar a Ssuchuq, sino a un aspecto de Gram conocido como el Devorador. Mucho más sanguinarios que sus congéneres, que los consideran casi bestias salvajes, han desarrollado un gusto obsceno por la caza, no tanto para alimentarse como por placer. Prefieren cazar a seres inteligentes que les supongan un reto y dedican sus víctimas al Devorador. Una vez abaten a sus presas, entran en un frenesí caníbal, lo que los lleva a mutilarlas para luego devorarlas mientras se bañan en su sangre dibujando símbolos sagrados en sus escamas. La columna vertebral la separan del cráneo vertebra a vertebra mientras recitan una plegaria al Devorador. Posteriormente, en su campamento, mezclan la sangre de las víctimas con la suya propia realizándose cortes rituales para bañar los cráneos recolectados en ella. Así, con los cráneos de sus presas y rocas ensangrentadas erigen montículos como ofrendas al Devorador. Estos osarios son conocidos como sereg xarn, utilizados para delimitar su territorio consagrado al Devorador.
Otras religiones
En el resto de Sananda se profesan las mismas religiones que en el resto de Voldor, con algunas variaciones en los nombres de los dioses. Así, los elfos Banjora de Antares siguen a la Tríada, como ya hacían cuando vivían en Vindusan. Praxis es adorada en Mediopaso por los medianos, que aprecian la paz de sus enseñas. En Luania, sin embargo, la adoración de los dioses es algo más complicada: mientras que los luanos originales adoran a Danau y la Madre Abundante, los nirienses adoran a Eurana y Dekaeler (probablemente como consecuencia de sus vidas como esclavos de los duérgar de Hirior), a los cuales conocen como Sibis y Pharas y conciben como una pareja. Los descendientes de ambos pueblos profesan una fe u otra indistintamente según su elección personal.
Existen también algunos pequeños cultos basados en figuras semidivinas o criaturas poderosas, como ocurre con la Gran Hueste Tormentosa, diseminados por toda Sananda. Entre ellos se pueden encontrar algunos adoradores de Cytrawsealanthar, a quien ven como una diosa en la tierra dedicada a velar por su bienestar y enfrentar a los demonios del pasado. En contraposición, también existen grupos de adoradores del Peregrino Mornafel, considerado padre de muchas de las bestias que moran las llanuras, especialmente entre criaturas de las profundidades, como los morlocks o incluso algunos grupos de elfos Bastarre, descendientes de sus antiguos siervos.