Las súcubos y los íncubos habitan en todos los Planos Inferiores, y se pueden encontrar a estos lascivos infraplanares de alas negras al servicio de diablos, demonios, sagas de la noche y yugoloths. Asmodeo, el gobernador de los Nueve Infiernos, se sirve de estas criaturas para tentar a los mortales a que cometan actos malvados.
A pesar de que las leyendas hablan de ellos por separado, cualquier súcubo puede convertirse en un íncubo y viceversa, aunque la mayoría muestra una preferencia por una forma u otra. Los mortales no suelen ver a estas criaturas en su forma verdadera, ya que estos infraplanares suelen comenzar a corromper con actos velados e insidiosos.
Estas criaturas se manifiestan primero en forma etérea, atravesando las paredes como un fantasma para merodear junto al lecho de un mortal y susurrarle placeres prohibidos. Sus víctimas dormidas se sienten tentadas a abandonarse a sus deseos más oscuros, complacerse en lo prohibido y saciar sus apetitos reprimidos. A medida que estos infraplanares llenan los sueños de sus víctimas de imágenes depravadas, estas se vuelven más susceptibles a dejarse llevar por la tentación en su vida cotidiana.
Los mortales no entregan su alma a los súcubos e íncubos mediante un juramento o contrato formal. En su lugar, cuando han corrompido totalmente a una criatura, su alma pasa a ser posesión de estos infraplanares. Cuanto más virtuosa fuera su presa, más tiempo habrá llevado su corrupción, pero más satisfactoria será su debacle. Una vez consiguen corromper a una víctima, los infraplanares acaban con su vida y el alma de esta desciende a los Planos Inferiores.
El beso de estas criaturas es un eco del vacío que supone el anhelo de estas criaturas por conseguir un alma corrupta. De la misma manera, el receptor del beso de uno de estos infraplanares no obtiene ninguna satisfacción, solo siente dolor y la profunda sensación de vacío que transmiten. Este beso es una especie de ataque, y suele darse a modo de despedida previa a su huida.