Los clérigos son intermediarios entre el mundo mortal y los remotos planos de los dioses. Tan variopintos como las deidades a las que sirven, estos se esfuerzan por personificar las obras de sus dioses. Un clérigo no es un sacerdote corriente, pues está imbuido de magia divina.

La magia divina, como su propio nombre indica, es el poder de los dioses, que fluye de ellos hasta el mundo. Los clérigos son los catalizadores de dicho poder, que se manifiesta en forma de efectos milagrosos. Los dioses no conceden este poder a todo el que lo busca, sino únicamente a los elegidos para cumplir con una vocación excelsa.

Dominar la magia divina no depende del estudio o del entrenamiento; un clérigo podría memorizar de forma literal oraciones y ritos antiguos, pero la capacidad de lanzar conjuros clericales yace en la devoción y en una comprensión intuitiva de los deseos de la deidad.

Los clérigos combinan la útil magia curativa y la capacidad de inspirar a sus aliados con conjuros que dañan y obstaculizan a sus enemigos. Pueden infundir admiración y terror, maldecir con plagas y venenos e incluso hacer descender llamas desde los cielos para que consuman a sus enemigos. Y, para tratar con aquellos maleantes que se merecen un mazazo en la cabeza, los clérigos recurren a su entrenamiento marcial, que les permite entrar en combate con el poder de los dioses a su lado.

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