Cuando llega la época de la cosecha, cuando la muerte visita el mundo crepuscular y los brotes del verano inclinan sus marchitas cabezas, los inquietantes espantapájaros se yerguen silenciosos, custodiando campos vacíos. Estos estoicos centinelas, con inmortal paciencia, guardan vigilia haya viento, tormenta o una inundación, atados a las órdenes de sus amos y dispuestos a aterrorizar a sus presas con sus rostros de tela o a despedazarlos con sus garras como cuchillas.

Cada espantapájaros cobra vida gracias al espíritu de una criatura malvada que fuera asesinada. Esta alma, que queda atada al autómata, le dota de propósito y movilidad. Esta presencia inquietante de más allá de la muerte les permite inspirar temor a aquellos que los miran. A menudo, las sagas y las brujas atan espíritu de demonios a sus espantapájaros, pero, en realidad, cualquier espíritu malvado serviría. Aunque es posible que se manifiesten algunos rasgos de personalidad del espíritu, los espantapájaros no recuerdan nada de su vida pasada y se dedicarán en exclusiva a servir a su creador. Si este muere, el espantapájaros tratará de obedecer su última orden, vengará la muerte de su señor o se autodestruirá.