Nemaiah fue encontrada como un bebé a las puertas del convento de clérigos de Ioun. No era ostentoso ni muy grande, pero sí uno de los más antiguos de todo Mipsum. Allí fue acogida, a pesar de su evidente enfermedad, la cual le retorcía el cuerpo y la dejaba postrada en cama.
Aunque no podía hacer más que mirar por la ventana y escuchar las historias de los clérigos, ella siempre mostró una gran sonrisa y curiosidad por aprender. Pronto mostró una personalidad atrayente, capaz de reproducir e inventar historias y fábulas con las que entretenía a aquellos que le contaban una vez.
Nemaiah, dada su inactividad física, pronto empezó a leer por su cuenta, devorando aquellos libros de historia y religión que los clérigos le facilitaban, y éstos, fascinados por su curiosidad cada vez tenían más claro que era un regalo que la propia Ioun les había hecho.
Nemaiah se pasaba día y noche leyendo, sólo parando para escuchar a sus siempre sabios maestros o para observar como la vida se desarrollaba en los bosques que alcanzaba a ver por la ventana de su dormitorio. Los animales, de vez en cuando, se acercaban por las ramas cercanas a su ventana, y ella veía la libertad de éstos desde su cuerpo retorcido. Deseaba esa libertad, pero no tenerla no la entristecía, sino que fortalecía su voluntad de seguir estudiando. No gastaba energía, por lo que llegaba a pasar noches enteras leyendo textos cada vez más complejos, cada vez más antiguos, llegando a descifrar textos en lenguas celestiales.
Los clérigos se volcaban con ella como si fuera su propia hija, y la de Ioun misma. Desde el cariño aceptaban la curiosidad infinita de la niña, incluso aunque dudara de la naturaleza misma de la existencia, de la historia y de los dioses mismos.
Pero un día pasó lo peor. La niña, ya una adolescente, empeoró en su estado de salud. Cada vez podía moverse menos y empezó a perder la sonrisa por momentos cuando los dolores le azotaban. Pronto fue una constante y, aunque Nemaiah trataba de sonreír para que aquellos que la habían criado no se preocuparan, en sus ojos se veía tristeza. No por hallar la muerte, sino por hallarla tan pronto, antes de conocer los misterios de este mundo.
Los clérigos pusieron todos sus esfuerzos en sanar sus heridas, pero no conseguían nada, así que se pusieron en contacto con los altos cargos en una desesperada búsqueda de ayuda. Pero no llegó. Nemaiah murió en su cama, más retorcida que nunca, con un antiguo libro sobre su pecho y un curioso cuervo observándola desde la ventana.
La ayuda llegó al fin, pero era demasiado tarde. Los clérigos no podían aceptar que se hubiera ido ese ser de luz que tanta compasión había generado entre los adeptos. Juntaron todo el dinero que tenían entre todos ellos para poder solicitar la ayuda necesaria.
En la oscuridad de la muerte, Nemaiah halló respuestas de vida y muerte, pero éstas se encuentran en el fondo de su espíritu. Cuando despertó de nuevo, el mundo era distinto. Sin dolor, sin un cuerpo retorcido e inútil, pero también su vista había cambiado, como si de bruma estuviera hecha la realidad. Y, a través de esa bruma, las caras de sorpresa y algo de temor de los clérigos. Sentía inquietud, pero no miedo, por lo que trató de tranquilizar a los que eran su familia, mientras que poco a poco se iba dando cuenta de que ése, no era su cuerpo. Se encontraba dentro de un cuerpo esbelto y sano, con una energía que no había sentido nunca, pero cuando trataba de ver la bruma de sí misma en el espejo, no hallaba sus ojos, como si el vacío se tragase toda luz. Sin embargo, por alguna razón, ese vacío le trajo la serenidad y la paz de la propia muerte. En su lugar, lo que sí encontró fue un cuervo negro como el tizón que le devolvía la mirada. Era lo único que podía ver con suma claridad, como si se encontrasen ambos en el propio plano astral y el resto fuera todo una ilusión.
Los clérigos, asustados por haberle buscado un destino peor que la muerte a su querida hija, no sabían qué hacer. En su lugar, Nemaiah, con grandes palabras que llegaban al corazón, les agradeció la segunda oportunidad, la energía para poder cumplir su destino. Éstos, aceptaron el destino, alegres de que volviera a estar con ellos.
Nemaiah no tardó en tomar la decisión. Tenía demasiada energía para seguir retenida en un triste dormitorio. Los libros en el día y en la noche seguirían perteneciéndole, pero ahora podía hallar sus propias respuestas. Decidió marcharse en búsqueda de éstas. Los clérigos lo comprendieron a la perfección a pesar de que una parte de ellos quisiera tenerla a su lado siempre. Así, aceptaron la voluntad que la propia Ioun habría querido, y le otorgaron la Diadema del Intelecto, su objeto más valioso y que cuentan las leyendas que perteneció a la propia Ioun, a fin de que no cejara en su deseo de encontrar ese conocimiento incognoscible, incluso aunque fuera contrario a su doctrina.
Nemaiah busco sus respuestas con honestidad a lo largo de los reinos, mientras que también iba descubriendo su propio poder a través de su fiel compañero Nox, a quien pronto le acompañó un compañero menos esquivo, Dies. Gracias a ellos, y a su habilidad como cartógrafa, encontró respuestas pronto, las cuales le llevaron al lugar donde se hallan todas las respuestas, Sigil.
En Sigil encontró una curiosa sociedad dividida en facciones, con intereses completamente distintos. A pesar de su interés por la no violencia, Nemaiah se dejó llevar por la curiosa idea de los Athar, que pretenden demostrar que la historia no es tal y como la cuentan los dioses. Eso sí, siempre dejando clara su postura sobre el interés por el conocimiento, no por la violencia que pueda derivar de él.