Mi madre murió en el parto de mi hermana, y mi hermana, antes del año por desnutrición. Mi padre se colgó a los tres días. Dejé todo atrás allá en la villa, incluido mi apellido.
Tenía 10 años.
¿Cómo me crie? Ninguna sorpresa, bandas de niños ladrones, vándalos en ciudades, dirigidos por hijos de puta aprovechados que nunca sufrían consecuencias de nada. Robábamos en pequeños pueblos, en granjas a gente más pobre y en ciudades a gente más rica, no hacíamos distinción, no éramos capaces de saber que hacíamos más allá de sobrevivir.
Allí conocí a quien fue mi mejor amigo, Harer Addis. Juntos dábamos el golpe donde hiciera falta y escapábamos de cualquier cabrón que nos siguiera, o de casi cualquiera, pero siempre salíamos bien parados.
Un día fuimos a un gran golpe, él y yo solos, no tendríamos más de 15 años. Un rico estudioso decía que tenía algo único, fardaba de ello por el pueblo y decía que le iba a conceder gran poder y aún más riqueza. Un objetivo fácil.
Conseguimos entrar en la mansión sin muchas complicaciones, creímos encontrar la sala donde estaba el botín, pero entré segundo. Lo que quiera que fuera lo que ahí había estaba bien guarnecido y Harer entró primero, suficientemente rápido para evitar el glifo, que explotó justo debajo de mí. No recuerdo nada más. Caí inconsciente en el momento y quedé en coma, no desperté hasta meses después.
Desperté en prisión, con Harer, esperando nuestro juicio. Los sanadores me mantenían con vida para que llegara al juicio pero sin curar mis huesos rotos ni mis cicatrices.
Harer no hablaba, no quería contarme nada. Tampoco tenía yo las fuerzas para hacerle hablar.
Llegó el juicio y se nos dieron dos opciones, la soga o la guerra, y elegimos la guerra. Fuimos enviados a un campo de entrenamiento que nos convertiría en perfecta vanguardia para cualquier batalla, solo carne que moriría en primera línea.
Harer seguía sin contarme nada, pero leí en sus ojos que algo había cambiado. Sabía que no era el destino que nos esperaba aquí lo que le afligía, que había algo más, algo le había cambiado al pasar la puerta de la mansión.
En el centro de entrenamiento nuestro mayor entrenamiento era pelearnos entre nosotros cuando la frustración por el silencio de Harer me superaba, no soltaba una puta palabra y eso me desesperaba. En las peleas me di cuenta de que algo había cambiado, su fuerza y su poder excedía todo lo que le había visto hacer, había una chispa nueva en sus ojos, una magia que nunca antes había visto. Con el tiempo supe que su nombre era poder Psiónico.
Nuestras peleas se convirtieron en algo tan continuo y duro que nos acabaron por separar en puestos alejados, nos dejaron solo para vernos en la primera fila de nuestra primera batalla, pero nunca llegó ese día.
Pasó cerca de un año cuando volví a ver a Harer, venía custodiado por alguien que se presentó como Adagio. Harer se iba, lo llevaban a una formación especial, fuera de ahí, habían conseguido un indulto a su castigo y podría salir con la condición de formar parte de la Orden. Sólo venía a despedirse y… a pedirme perdón. Pensé que no volvería a verlo.
Pasaron meses y decidí escapar de ahí, tracé mi plan y acabé por dejar el campo atrás, sabiendo que viviría como forajido de la justicia un tiempo, quizá siempre…
Pasé años como bandido, alejado de la gente para evitar ser visto, viviendo en bosques y montes solo saliendo cuando la necesidad apremiaba.
Monté mi propia chabola en algún punto perdido, suficientemente alejado para no ser visto, pudiendo malvivir por mi cuenta sin tener que robar, sin exponerme. Hasta que un día una bestia entró mientras dormía.
No recuerdo bien que era, parecía una serpiente enorme, me mordió sin previo aviso y mi respuesta fue arrancarla de mi piel, dejando la marca de sus colmillos desgarrando mi pecho, por eso creí que era una serpiente.
Noté el veneno caliente entrando en mi piel, desperdigándose por mi cuerpo y mi vista comenzó a emborronarse. Salí corriendo sin pensarlo, hacia el pueblo más cercano, ya no se si fueron visiones del veneno o si era real, pero la bestia me seguía, lentamente, esperando que cayera.
Llegué hasta una granja que alguna vez había visto, pero acabé por caer en la puerta, no recuerdo si llegué a tocar la puerta, perdí el conocimiento.
Desperté, una vez más en mi vida, en comisaría de Amuradis. Fui reconocido por mis crímenes anteriores y acusado por la muerte de la familia de la granja, daba igual como me defendiera, no sabía ni qué había ocurrido, pero mi destino era la soga.
Los sanadores me recuperaban, preparándome para la horca, pensé que por fin sería mi final, ya no podría luchar contra esto, pero estaba vivo, y eso era lo único que podía sentir, y no iba a echarlo por tierra así que decidí escapar. Fue entonces cuando volví a ver a Harer…
Se le veía genial, sereno, cambiado. Venía acompañado por Adagio, una vez más. Me miró desde el otro lado de la celda y se fue sin mentar palabra, Adagio cruzó una mirada con los guardias y ellos le siguieron. Al rato volvió Harer solo y con un gesto de la mano abrió mi celda, me miró a los ojos, se acercó y me besó.
No se si fue la emoción de saber que no iba a morir, si fue la emoción de volver a verlo o la del mismo beso pero le besé de vuelta.
No había nadie más en la sala, estábamos solos, vivos y juntos. Sus ojos eran como siempre, joviales, curiosos, inquisidores… llenos de luz, con una chispa nueva.
- Te vienes con nosotros- me dijo
- ¿A dónde?
- Ya lo verás, tu lugar está con nosotros, conmigo, lo he visto en el futuro.
Acepté sin pensarlo y marché con él.
Fue la última vez que nos besamos. También la última vez que vi esa complicidad en los ojos, aunque la seguí notando en sus palabras.
Teníamos 25 años, han pasado 26 desde entonces y los he dado todos a la orden, a la que nunca he conseguido pertenecer.
Me dieron formación e hice pruebas, y las superé siempre todas, pero nunca me dejaron hacer ninguna definitiva para tomar un puesto. Nunca un Fab'huritu me eligió, acompañé a Buscadores, defendí a Guardianes, acompañé a Lógicos en misiones diplomáticas, incluso Harer me confesó que sin saberlo di información para que un eliminador diera caza a Adagio, quien había incumplido normas para mí desconocidas y sin que nunca supiera cual fue su destino.
Tampoco Harer me contó nunca que ocurrió aquel día hacía ya tantos años, solo que ese día se despertaron sus poderes psiónicos y que yo no lo hubiera soportado y hubiera muerto. Que sin esos poderes (y quizá algo más) no hubiera ido la Orden a buscarlo, salvándonos a ambos, convirtiéndolo en Guardián, y tiempo después en Lógico.
Pero yo no.
Nunca he podido presentarme a una prueba, nunca he sido aceptado en un consejo.
Yo mismo he formado a gente que han acabado siendo Buscadores, Guardianes.. también a muchos que no superaron pruebas e incluso algunos que no sobrevivieron en misiones realmente crueles a los que tenía que llevar.
Pero yo no.
Las palabras cómplices y serenas de Harer se acabaron por tornar secas y duras con el tiempo, endureciendo mi corazón más aún si podía, lo llenó de rencor, aunque nunca le he deseado ningún mal.
Pero debo mi vida a la Orden y a Harer Addis, sigo aferrándome a lo que mi joven compañero un día me dijo, con su mano en mi pecho y su mirada fija en la mía.
Mi lugar está con él, lo vio en mi futuro.