El Cenagal de Guerra en Averno, fue el hogar de una devastadora guerra entre diablos y demonios y lo que queda es una pesadillesca colección de unidades diabólicas perdidas, demonios errantes y corrupción. Hace siglos, en aquel lugar, los cielos de Averno se abrieron y los demonios llegaron en masa, horda tras horda. Y los ejércitos abrasadores y espinosos de los Nueve Infiernos se alzaron para hacerles frente, como siempre hacen, y la brecha se abrió. Y se abrió. Un único enfrentamiento de la Guerra de Sangre que furiosamente iba y venía mientras, en planos más mundanos, mortales nacían y morían, los imperios surgían y desaparecían, las especies se creaban y se extinguían. Innumerables demonios y diablos lucharon y fueron destruidos o desterrados. Incontables.

Todos esos demonios concentrados en un solo campo, masacrando a las huestes menores de los Nueve Infiernos por pura efervescencia numérica, pero siendo masacrados a su vez. Su icor se derramó en mareas que ahogarían a una nación, una y otra y otra vez. Los demonios fueron expulsados hace algún tiempo por las fuerzas de Azor, pero de algún modo el Abismo ganó ese combate. El Cenagal de Guerra es lo que queda.

Ahora no es más que un gran cráter hundido de kilómetros de diámetro, una marisma de trincheras medio ahogadas, grietas, máquinas de guerra rotas y fortificaciones en ruinas. Hay artefactos de inmenso poder perdidos en algún lugar de los estratos de muerte del Cenagal de Guerra, reservas de almas y toda la maquinaria única, diseñada para acabar la guerra, que no consiguió acabar nada. Todo ello enterrado en el lodo corruptor.