Las salamandras reptan por el Mar de Cenizas del Plano Elemental del Fuego, con colas sinuosas y dorsos al rojo vivo. Sus cuerpos emiten un calor abrasador y sus ojos arden como brasas encendidas en cráneos de halcón. Veneran el poder y se deleitan haciendo que todo arda, ya sea deslizándose por volcanes o revolcándose entre incendios forestales.

Hace mucho, los ifrits intentaron esclavizar a los azers tras la construcción de la Ciudad de Latón, pero fracasaron. En su lugar, sometieron a las salamandras, a quienes ahora usan como agentes de destrucción. Las salamandras desprecian a los azers por conservar su libertad, y los ifrits alimentan este odio para mantenerlas divididas. Cuando encuentran salamandras al servicio de otras fuerzas, como sectas del Mal Elemental, los ifrits las eliminan sin piedad.

Aunque impulsadas por su naturaleza ardiente, las salamandras libres han heredado la estructura jerárquica de sus amos. Organizadas por fuerza y tamaño, las más poderosas actúan como nobles crueles al frente de bandas nómadas que recorren el Plano del Fuego, saqueando a quienes se cruzan en su camino.

Una salamandra en combate es una amenaza candente: su sola presencia quema la piel, y sus armas se tornan al rojo vivo al blandirlas. Este calor natural las convierte en excelentes herreras capaces de moldear metal con las manos desnudas. Aunque menos meticulosas que los azers, su habilidad es muy codiciada, y a menudo son convocadas tanto como guerreras como por su talento en la forja.