El exuberante bosque conocido como la Fronda de Centauria es una vasta extensión de terreno forestal que se extiende por el extremo occidental de Sananda hasta la costa de Blanca Espuma. La vegetación que crece en el bosque difiere considerablemente del resto de Sananda, ya que es propia de climas más húmedos. El microclima de la Fronda permite la proliferación de especies no autóctonas, como robles, olmos, hayas y abedules, además de matorrales de helechos y arándanos. Encontrar alimento en este bosque puede resultar peligroso si uno no tiene un buen conocimiento sobre plantas, e incluso así las fatas y otras criaturas gustan de jugar con los intrusos para que se pierdan.

Cuando se cruza la linde de la Fronda, es imposible no tener la sensación de haber penetrado en otro plano, no solo porque la vegetación y fauna es completamente distinta a la que circunda el bosque, sino por una imprecisa cualidad en la luz y el aire que se respira allí. Las copas de los árboles se alzan muy alto, mucho más de lo que puede parecer contemplando la Fronda desde el exterior. Las ramas se entremezclan creando una bóveda verde que sume al bosque en una penumbra permanente. Si alguien tratase de alcanzar las copas de los árboles, tendría que subir casi un centenar de yardas a través de un complejo entramado de ramas que bien parece un dédalo. En algunas zonas, en estas copas habitan unas peligrosas arañas de fase donde tejen amplias telarañas que no están del todo en este plano, presentándose de manera intermitente y que a menudo terminan atrapando a los valientes o incautos aventureros que tratan de alcanzar la cima del bosque.

No existen más que unos pocos senderos en la Fronda, y conducen a claros secretos y pequeños humedales habitados por criaturas feéricas de toda índole. No es buena idea abrirse camino a través de la vegetación mediante la tala o la quema de árboles, ya que las fatas no contemplan estas prácticas con buenos ojos y tienen una manera muy expeditiva de mostrar su desagrado a este tipo de intrusos. Los viajeros que se internan en la Fronda sin usar los senderos transitados no tardan en perderse entre la vegetación, a menudo volviendo sobre sus propios pasos. Además, el tiempo no transcurre de la misma manera más allá de los senderos, sino que se ralentiza o acelera de manera caprichosa. Así, un viajero que se interne en el bosque se arriesga a que, al salir, el exterior haya seguido sin él, sus amigos ya ancianos, o, por el contrario, que lo que dentro del bosque han sido días o semanas en el exterior no hayan sido más que minutos. Por las zonas más antiguas de la Fronda es posible encontrar ruinas con inscripciones imposibles de identificar, ya que no pertenecen a este plano de existencia, y estatuas cubiertas de vegetación que ponen nerviosos a los viajeros, y es que tienen la molesta cualidad de moverse cuando nadie las mira.

Pero quizás el mayor portento que se puede experimentar al perderse en la Fronda es ser teletransportado al corazón del bosque, junto a un gran sauce conocido como el Sauce de la Bienvenida. Allí, un fauno llamado Turk es el encargado de dar la bienvenida a los viajeros extraviados, jugando con ellos y su confusión. Desde este claro parte una estrecha senda flanqueada por helechales y frondosos robles que lleva al Estanque del Verano, donde es posible charlar con las dríades y ninfas que lo habitan y hasta realizar algún trueque o consulta. Es lo más parecido a un poblado en la espesura, ya que, acompañados por centauros, cualquiera puede adentrarse con relativa seguridad sin miedo a ser atacado.

Hay otros lugares de interés en la Fronda a los que llevan los senderos, como el Sauce Argénteo, habitado por la dríade Cabello de Plata; el Claro de la Roca Enhiesta, donde mora el obsceno fauno Serdan, o el Roble Hendido, un roble milenario herido por un rayo y cubierto de setas en las que habitan diminutos duendes, gobernados por Amanita la Descarada. Aquellos lugares más allá de los caminos marcados pero aun así conocidos son el Pantano del Ayer, guardado por peligrosas sagas, o la Laguna del Porvenir. Las dríades que habitan esta última dicen que es posible salir del bosque sumergiéndose en sus aguas, aunque con una particularidad que prefieren callar, y es que solo saldrá del bosque la materia viva, quedándose ellas con el resto.

El tamaño de la Fronda es tal que no ha sido nunca hollada en su totalidad, ni siquiera por los centauros, por lo que se rumorea que podría contener maravillas u horrores nunca vistos en Voldor. A veces, el bosque parece tener conciencia propia y propósitos ocultos, ignorando incluso a las propias fatas y dando vía libre a ciertos aventureros. No es buena idea adentrarse en las profundidades de la Fronda, pero es peor aún ignorar sus deseos. Los mismos lindes se alteran continuamente. De esto último sí que se tiene comprobación: la Senda de la Fronda, un camino que comunica Oredanes con Eskeftes, en ocasiones transcurre paralela a la linde del bosque, y otras, lo atraviesa.

En ciertas zonas de la Fronda se respira un aire enrarecido, denso y cargado de energía negativa: allí viven los llamados espíritus del bosque, evitados por la mayoría de criaturas. En ellas se alzan colosales árboles artificiales, los que utilizaron los Peregrinos para anclar la Fronda a Voldor. Aquellos curiosos que logran evitar a las siempre vigilantes fatas desaparecen para siempre al adentrarse en estas zonas. Además, la energía negativa ha corrompido a algunas fatas, que deambulan ahora con intenciones perversas. Solo los unicornios pueden adentrarse allí con seguridad, pues parecen ser inmunes a esta energía, pero son criaturas esquivas y temibles si alguien trata de dañarlos. Si un unicornio se cruza en el camino de un viajero, debería seguirlo, ya que su paso está protegido de todo mal.

El área meridional del bosque parece haber absorbido la energía negativa de los árboles artificiales, lo que, unido a la deforestación que produjo la edificación de Puerto Estrella y la restauración de las ruinas en las que se han asentado los eskeftes, hacen de esta zona el punto de encuentro perfecto para las fatas que han sido corrompidas. La vegetación también se ha visto afectada, su verdor deformado hasta una tonalidad malsana. La hierba crece más oscura y los árboles, retorcidos y quebradizo con numerosos huecos habitados por fatas malignas. Esta zona es conocida como el Enfer, que en quirón significa «putrefacto». Los centauros de Eskeftes y los habitantes de Puerto Estrella han sufrido en numerosas ocasiones los ataques de estas fatas, aunque no parecen tener un objetivo claro más allá de la destrucción gratuita y sin sentido. Los clérigos centauros de la Madre Abundante intentan apaciguar estos espíritus cada vez que sus migraciones se lo permiten, dejando ofrendas en la linde sur de la Fronda, pero hasta el momento nada de lo que han  probado ha dado resultados.

Los clanes de centauros tienen tratos ancestrales con los habitantes del bosque, siendo la única cultura que tiene paso franco a su interior. La única excepción a esta regla la constituye el clan de Umar, cuyo empeño en utilizar artefactos de los Peregrinos les ha valido la enemistad de las fatas, quienes lo consideran una afrenta a su tratado de paz.

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