Vi la horda enmarañarse contra los Jinetes de la vanguardia. Los cuerpos de unos y otros volaban, la fuerza inhumana de la marea diabólica parecía imparable, pero la luz que desprendía el ángel que nos guiaba nos daba la fuerza para aplacarla.
Acabamos con el primer gran golpe, luego vino el segundo. Cada vez éramos menos, y se dió la orden a los Jinetes de Jaruman de aplacar temporalmente la tercera ola mientras se abría el portal que nos dejaría escapar.
Desde las alturas vi, unos metros bajo la Almofante, como una partida de Jinetes se desviaba, tras la llamada del cuerno de huida de los que seguían a Jander, tocado por él mismo… y como el portal se cerraba tras ellos…
Dirigí mi mirada hacia Azor, los gestos de su rostro reflejaban tanta sorpresa como los míos. Ví como Yael discutía con Azor su siguiente movimiento y esta lanzaba la carga hacia la mole infernal. Emulé su movimiento con mi Lanza y con ese leve movimiento toda mi tropa avanzó al grito de “Junto al Ángel Encarnado”, y se lanzaron a la batalla bajo las sombras de las alas de Lulu, de Azor y una sombra algo más pequeña, la de mis alas…
Luché en la que creía que sería su última batalla, dispuesto a morir por Azor, por Olanthius y por todo lo que en mi vida creí. Pero estaba algo desconcertado, no podía dejar de pensar en mi hermano. Una nueva traición, esta vez, que me costaría la vida a mi y a todos los Jinetes.
Un golpe acabó por acertarle en la cabeza, la tiara que portaba, cayó al suelo y Ahzek cayó tras ella.
Cuando tocó el barro de Averno abrió los ojos momentáneamente, lo justo para ver como un diablo se abalanzaba sobre él.
(Slash)
Sintió como su ala derecha se desprendía de su cuerpo, de un solo tajo el infraplanar se la cercenaba. Experimentó un dolor nuevo, nunca había sentido algo así… aunque le parecía similar a algo… la primera traición de Jander.
El Rojo Aasimar se estremeció, gritó y en un afortunado movimiento de su lanza rajó a su atacante.
(Bam)
Un nuevo diablo tomó el puesto que la muerte del anterior dejaba y atacó. Ahzek fue suficientemente rápido para interceptar el golpe con la misma lanza, pero no lo suficientemente fuerte como para frenarlo.
La diabólica arma partió la lanza en dos, un filo de media luna por un lado, y una larga empuñadura por otro. La fuerza del diablo no paró hasta encontrar su rostro, impactando sobre su ojo derecho, regando la piel carmesí de una sangre del mismo color.
(Rass)
Una gran garra rasgó el aire, llevándose con ella el ala izquierda del Consejero. Una vez más, el dolor llenaba sus sentimientos, pero esta vez solo podía pensar en cómo su hermano huía de la batalla. Su segunda traición.
Ahzek podía notar como seguían cayendo golpes sobre su cuerpo pero ya no le quedaban fuerzas para defenderse, no las tenía ya ni para abrir el ojo que le quedaba… Dejó de sentir los golpes, dejó de sentir los gritos, el olor de la muerte, la armadura que lo cubría, el pelo sobre su rostro, el calor de la sangre, el frío del barro… Dejó de sentir el dolor.”